sábado, 3 de octubre de 2009

VIAJES: MI MEMORIA EN BERBERÍA (I)

UN VIAJE PARA EL RECUERDO (I) Por: Jorge E. Bermejo. (Son cuatro capítulos) A Sonia, Silvia, Nuria, Javi y Carlos, una tripulación "Master & Commander", con todo mi cariño. A nuestro bajel pirata "La Sultana", "en todo el BAR conocido, del uno al otro confín". A los nuevos y (a buen seguro) favorables vientos que han de llegar...
Música recomendada para seguir la lectura de "Mi memoria en...
BSO "EL SEÑOR DE LOS ANILLOS
LOVING YOU - LIGHT OF AIDAN FT. - NOTE FOR A CHILD
ZUEL - OLAS DE SAL
Cada historia tiene su momento para ser vivida y para ser escrita, pero siempre puede ser el momento para ser recordada…
PRIMEROS SENTIMIENTOS: LA MAR
La memoria del hombre es caprichosa, como lo son las olas del mar o las nubes en el cielo. Por eso he intentando desarrollar una fantástica vivencia colectiva frente a un papel blanco que, aunque siempre se resiste, con el tiempo se tornara en recuerdo para cada uno de los que estuvimos allí. No deseo ahora decir fechas porque codicio que el recuerdo sea fresco e intemporal, como ese mar o el viento que percibo en cada momento de la evocación. ¡Quiero recordar tierra de Berbería!, volver a sentir los mortecinos rayos de un atardecer de estío que nuevamente llegan hasta mi. En estas mi siempre amada y etérea... quizás lo que más he querido, el mar, la mar que declamase Alberti, me acompaña entre susurros como viene haciéndolo desde hace más de veinte años... Pacientemente, sin molestar, siempre presente de alguna forma y ahora más aún porque la recuerdo bajo mis pies, abriéndose hacia la lejanía tan inmensa como espectacular. Mientras la observo siento los párpados pesados y una bruma que se cierne sobre mis ojos hasta que la fatiga me hunde en un sueño frente a ella y al atardecer. De nuevo está ahí, aunque nunca se alejó demasiado, como una madre que cuida de su pequeño, y al fin así es la mar. Aunque mis ojos permanecen cerrados aún la percibo cerca, detenida y pacífica, rozándose suavemente con el mundo exterior como la piel que roza al amado en una caricia. Con el tiempo he aprendido a observarla, a comprenderla para poder disfrutar de ella como un vino excelente... con cuerpo, en cada sorbo, con cada aroma, de diferentes colores pero siempre de una forma incomparable a los demás y así es como la tengo grabada en mi memoria. Quien escribe para contar algo grita auxilio desde cada trazo que plasma y esa es su forma de expresarlo. Mientras escribo esto reconozco su ausencia y quizás necesito de ella. Para mí, no sentirla cerca es estar muerto en vida porque yo nací cuando la conocí y debo morir junto a su vera, y si no la siento no quiero vivir más. Si ella no está, mi alma cierra los ojos del corazón y huye en su busca, anhela sentirla cerca y sé que la he encontrado cuando en sueños también encuentro la paz. Quizás este sea el momento de inflexión, el Shangri-La del espíritu, cuando la paz interior es tan potente como la exterior y al fin todo es armonía.
El día dos iniciamos la singladura. Habíamos quedado en el Club Náutico de Ibiza con Carlos, querido amigo y capitán. Al acceder al Club nuestros cansados cuerpos comenzaron a asimilar el entorno marinero. Saltábamos como por arte de magia desde la gran urbe del “todo a mano” al prefacio del mundo en el que “no se debe necesitar casi nada”. Antes de embarcar debíamos reponer fuerzas. En el propio Club disfrutamos todos juntos de un fantástico gazpacho de sandía y un pesado arroz negro poco propio para estas galeradas. Así, en aquella terraza con vistas a los pantalanes deportivos, mi mente comenzó a elucubrar. El viaje con destino a la imaginación de un niño despegaba puntual, y digo bien porque es cierto que nadie que no conserve al menos un ápice de niñez, de infantil imaginación e inocencia, puede vivir a fondo lo que vivimos aquel agosto. Probablemente, el secreto de una aventura perfecta es la sabia combinación de los Egos... el ego adulto marca la seriedad y la profesionalidad -el buen rumbo sin novedades-, pero el ego infantil, aquel que permanece en continuo peligro de extinción según nos hacemos adultos, ve batallas donde quizás las hubo, ve debajo del mar sin sumergirse, otea el horizonte buscando galeras y explora cada centímetro de su entorno esperando descubrir cualquier tesoro. Y cualquier tesoro es lo que acopia, ya que solo aquel que vea el cielo, el mar y la tierra con los ojos de un niño verá tras cada estela de espuma o en cualquier islote un tesoro del que solo él conoce su valor y que tan solo a él le espera el privilegio de guardarlo, y, mientras mira al atardecer en el mar deja que su mente invente lo que el mundo le prohibió. En estas, cada noche se duerme dentro de un diminuto camarote, que a media noche se carga de calor, esperando que las vivencias se transformen en una aventura mientras, a través del ojo de buey, la luna y las estrellas, el cielo más puro que podamos imaginar, nos acuna y nos duerme entre bamboleos consonantes del casco. Quizás a otros no les dé tiempo para asimilar tanta información que se percibe, pero a mí sí porque alimento esa mirada de niño y tengo aquella cajita de tesoros que lleno cada día y que al cerrar los ojos cierro también bajo mil llaves.

VIAJES: MI MEMORIA EN BERBERÍA (II)

UN VIAJE PARA EL RECUERDO (II) Por: Jorge E. Bermejo
BOCCHERINI - CONCIERTO PARA VIOLÍN Nº3
ALMADRAVA - LAND OF ETERNAL SUNSET
Buceo en un mundo de silencios, sintiendo la caricia de la posidonia, el silencio de la soledad, el azul y la paz del mar, la inocencia de quien me observa sin verme depredador...
MEDITERRANEO VIVO: LA ATALAYA DEL L´ESPALMADOR
En L´Espalmador explota alrededor de mí el atardecer en toda su belleza, las piedras blanquecinas del torreón de vigías reflejan el calor y el sol del día y se transforman en rosáceas flores de roca sin pétalos. Su aspecto es tan delicado como real, lo sé porque si las toco se vuelven arenisca, como el volátil cuerpo que me sostiene mientras escucho el viento. Es entonces cuando me siento extra corpóreo, cuando me deslizo por su refrescante superficie, y siento la espuma de las olas y escucho su idioma y respiro su aroma... y si tú buscador de paz quieres conocer el momento más hermoso, quizás sea justamente este, cuando la mar, mi mar, el elemento, se mece entre armónicos bamboleos. Calmada y plana, inmensa, abierta al éter eterno y colosal, me muestra su poder y se extiende hasta la lejanía como una delgada película a veces rota por el suave ondular del agua. Permanece... me espera brillante y engalanada por el sol, cuajada de escamas plateadas que se reflejan en la superficie y llegan hasta aquí, azul de oscura soledad allá en lontananza, y turquesa de alegre serenidad a mis pies. …Ahora estamos hablando, no la interrumpas, ahora estamos mirándonos junto al viejo acantilado que el mar engulle cada día… La estratégica isla de L´Espalmador atesora multitud de historias de piratas, aquí se aprovisionaban y descansaban tras cada fechoría y en ella desembarco un dos de agosto de 1588 el legendario Barbarroja, al mando de una flota con más de veinte navíos. Nosotros, más livianos pero igual de aventureros, salimos en una sola lancha rumbo al extremo norte, con dirección a la torre de observación. Es una sencilla construcción troncocónica con tres niveles que está adornada con cordones de piedra en cada planta. Allí, al refugio de sus gruesos pero delicados muros veremos el ocaso en su estado más puro. Sobre sus almenas espero sentado en el mejor sitio deseable, el más elevado y desierto. Aguardo entre anaranjados del cielo y azules del mar la muerte, un día más, del Astro Rey hasta el amanecer del siguiente día. Desembarcamos apenas cuarenta minutos antes sin saber muy bien lo que encontraríamos. Parece tiempo suficiente para acomodarse ante el espectáculo pero no lo es tanto cuando no conoces el lugar. Das una vuelta por el contorno, pones a refugio la motora, observas la mar y subes hasta el torreón entre bromas y ambiente relajado. Sobre un entrante algo revuelto, rocoso e incómodo, donde muere la corriente y por tanto nunca está del todo tranquilo, dejamos la barca y observamos los alrededores. El agua nos llega por las rodillas y caminamos torpemente entre afiladas rocas submarinas y centenares de colonias de lapas y otros crustáceos. Es un área para tener especial cuidado pues cualquier paso mal dado puede llevar a molestos cortes con los afilados perfiles de las conchas. Yo me he quedado atrás, me distancio del grupo hasta casi perderlos en un cambio de rasante arriba de la ladera. Necesito estar solo, “ella” me pide soledad muchas veces. Estamos en una vertiente que para nada parece unida a , L´Espalmador donde la arena es fina, las aguas transparentes y cristalinas, tranquilas, el entorno de ensueño y la vegetación imponente. Todo ello hace de aquel lugar un destacamento del paraíso en la tierra. Sin embargo, esta parte en la que ahora me encuentro, desde donde tomo algunas notas barrido por la brisa que lame la rocosa ladera... esta parte, digo, será Desolación, rocas oscuras cerca del mar, terreno pedregoso sin apenas arbolado sino tan solo plantas bajas repartidas aquí y allí y... un naufragio. Pero en tierra solo sobreviven las pacientes sabinas aferradas con garfios rugosos, inclinadas y deformes a merced de los vientos que azotan este extremo permanentemente. Sin embargo ahora deben estar en su esplendor, y así exhiben sus frutos en forma de bola verde, un verde tan intenso que resaltaba entre el resto del arbusto.
Piedras y naufragios, ¡y un naufragio!. Los naufragios siempre me han sonado a depresión, soledad, almas que se rompen contra las rocas de la vida, solitarios paisajes fríos y almas débiles que vagan. Naufragio son también los restos de un barco desperdigados por la costa. No es el primero que veo, conozco al menos el American Star de Fuerteventura y, por motivos laborales, algún otro de menor calado. Así, los restos del naufragio tangible nos dan la bienvenida entre trozos de tablones, pedazos de cabos deshilachados o mugrientas boyas. Estoy caminando solo, abstraído, escuchándolo. Junto a mí, el mar hambriento devora poco a poco la tierra pero yo sigo en silencio, de nuevo escucho el silencio y mis pasos sobre la roca. Juntos me producen un escalofrío, una sensación de soledad que acaba relajando mis sentidos. Al fin, el paseo concluye a los pies de la torre, junto a su puerta, que para sorpresa nuestra está abierta. El candado se encuentra abierto y colgando de una argolla.

viernes, 2 de octubre de 2009

VIAJES: MI MEMORIA EN BERBERÍA (III)

UN VIAJE PARA EL RECUERDO (III) Por: Jorge E. Bermejo

GENESIS

SO FINE - A DAY IN THE SUN

…alegre, porque sé que tú eres mi patria, amor mío; y triste, porque toda patria, para los que la amamos, […] tiene también bastante de presidio. ÁNGEL GONZALEZ (POETA)

La fachada de la torre que mira al atardecer está iluminada por los tonos anaranjados que regala un sol vencido por el ocaso. Desde fuera observo las ménsulas en lo alto de la torre y me decido a entrar. Mis ojos, hasta que se acostumbran, sienten el impactante cambio de luz cuando accedo al interior. En un segundo se ha hecho la penumbra y, aunque no veo, percibo el suelo arenoso que guía mis pasos. Dentro, la planta baja se divide en pequeñas estancias bien ventiladas, de techos altos y con una escalera de caracol en piedra perfectamente integrada que nos conducirá a la almena pasando por un piso diáfano intermedio. Hago una rápida serie de fotografías mentales y observo en lo alto de una de las estancias un ventanuco, como un respiradero, para el almacén de pólvoras. Después sigo mi camino ascendiendo por la empinada escalera hasta las almenas. El sol sigue penetrando en el mar. Se hunde presumido para los veraneantes, idílico para enamorados y soñador para los solitarios. Pero allí, en el horizonte, queda demasiado lejos para impacientes y calculadores. Entre él y nosotros se extiende en la inmensidad el Gran Azul, con la quietud del tiempo que se detiene, sin interferencias como una siesta de verano. Las estelas de los barcos a nuestros pies nos sorprenden, Ferrys, yates y veleros se cruzan en una especie de autopista marítima que a esas horas cobra cierta intensidad. Incluso avezados y lanzados excursionistas a bordo de embarcaciones neumáticas sobrecargadas (que apenas mantienen la línea de flotación a un nivel óptimo de seguridad) pasan por delante de nosotros, y se adentran en el canal. Desde aquí, desde la almena de esta atalaya anclada por los siglos de los siglos como proa varada en la pétrea Tierra, se ve el mundo con otros ojos, más humildes y livianos… ¡tan simplemente sencillo!. Este es un lugar donde el hombre empequeñece y se siente en paz, donde el tiempo pasa sin referencias. Hay muchos otros, pero este es especial... aquí todos somos iguales. Desde la torre de piedra situada en el extremo más inhóspito de esta media luna, desde el baluarte que otrora fuese puesto de oteo contra incursiones piratas y berberiscas, el sol me ofrece un primer plano del ocaso en el mar. El islote de Es´Vedrá desea cobrar protagonismo en el juego de luces y sombras. La megalítica formación rocosa surge de las aguas como soldado que custodia el anochecer, inmóvil, varado, dejando que los últimos resquicios que nos iluminan viertan sus placeres al mar dibujando una estela plateada mortecina sobre la lámina del agua.

Ahora son las barcas de pesca las que cruzan níveas frente a mí. Solas en el marco infinito recobran la majestuosa sencillez de antaño. Y así, unas van, otras vuelven mareadas entre el oleaje del último ferry del atardecer que supera veloz la lengua de mar. Son velas blancas y latinas que, aliadas con el viento, se presentan puras e hinchadas, presumidas, dejando pasar a través de ellas la tenue luz del sol. Mientras tanto, la brisa me trae sus runrunes renqueantes y quejicosos provenientes de pequeños motores que las ayudan a navegar. Mar adentro el sol ya se hundió en el horizonte, precisamente acariciando a Es´Vedrá, como si quisiera ayudarlo a ser extrañamente enigmático. Nosotros, abrazados por el silencio del viento y embelesados en el instante, huimos en el barco de los sueños con él, cada cual el suyo… pero todos tenemos alguno. Aún oculto ya en el horizonte seguimos mirando a la nada, allá donde nos dijo adiós, todavía sobrecogidos por un atardecer despejado, irrepetible y de ensueño. Aunque todos permanecemos sentados al resguardo de los gruesos muros, comienza a refresca en la atalaya y es hora de regresar al barco, todavía nos queda descender la ladera garabateada por las mareas y cruzar la bahía en Zodiac hasta nuestro velero. Desde lo alto vemos los barcos fondeados como minúsculos juguetes y, en un alarde de Ojo de Águila, intentamos encontrar a nuestra Sultana. Más allá surge la lengua de playa, con su arena todavía amarilleando, y a la izquierda el bosque y el pantano, cuyos barros sulfurosos de azufre son prácticamente parada imperdonable en L´Espalmador. Sobre todo destaca solitaria la casa del alemán y el diminuto embarcadero, pero al fin, de nuevo, el mar acota delicado el horizonte difuminado. De nuevo me he apartado del grupo y me he quedado solo, en silencio, esperando ver mi particular ocaso. No hace tanto que el sol descendió rápidamente dejando a su paso una neblina inmóvil y, sobre el mar, mientras se disipaba su estela, los colores anaranjados y amarillos se fundieron con el azul y la sombra. Mi retina todavía guarda sus sensaciones. Antes de marcharme miró a Es Vedrá, megalítica, solitaria, que cierra por hoy sus ferrosos ojos de misterio. No es su magnetismo o su fuerza telúrica lo que me invade, es la imagen retrotraída desde tiempos en que los piratas se escondían dentro de sus ensenadas a la espera de cometer alguna fechoría, agazapados y emboscados aguardando entre las pequeñas calas el paso de alguna embarcación atrevida o despistada para atacarla furtivamente. Ha caído inexorable la tarde sobre las calas recoletas. El agua pierde sus tonos y trasparencias cuando la luz desaparece. A L´Espalmador comienzan a llegar barcos en busca de fondeo para pasar noche a refugio de molestos vientos. Sorteamos un sinfín de veleros y yates aproados al viento que, convertido en brisa peina la playa y llega hasta aquí ordenando los barcos. Se ve cual tiene orza y fondo con una simple mirada, sencillamente unos pandean a un lado y a otro, mientras que los orzados están casi fijos esperando la noche. Navegando entre ellos se advierte que el lugar, en estas fechas se convierte en un gran vecindario de chalets adosados donde conviven vecinos de muy diferente procedencia. Con permiso del querido lector romperé el momento con una licencia puntual pues la escena, en una primera impresión, me recuerda a la película de la ventana indiscreta. En las bañeras los lobos de mar de diseño y marca brindan y bromean bajo las primeras lámparas nocturnas encendidas de los barcos. Pronto, el fondeadero se convertirá en un lugar oscuro y silencioso solo marcado por decenas de puntos luminosos, las lámparas sobre cubierta e indicativos luminosos de “todo horizonte”.

jueves, 1 de octubre de 2009

VIAJES: MI MEMORIA EN BERBERÍA (y VI)

UN VIAJE PARA EL RECUERDO (y IV) Por: Jorge E. Bermejo

Café del Mar - Paradise
Habib Koite & Bamada - Din Din Wo (Little Child)

Ser emperador de sí mismo es la primera condición para imperar en los demás JOSE ORTEGA Y GASSET
Abre el día sobre L´Espalmador. Hemos hecho noche aquí también nosotros, al abrigo de los vientos del este. Es un lugar magnífico no solo visualmente sino como fondeadero para protegerse de los vientos que soplan casi desde cualquier esquina de nuestro mundo salvo oeste. Temprano ya ofrece el lugar oportunidad para el refresco, para un baño que conecta los polos y nos hace sentir la electricidad de la vida, un suspiro de impresión para sentirnos bien. Aquí todo es tan diferente... la brisa hace olvidar los calores pegajosos y olores del puerto. Frente a mí la lengua de tierra es prácticamente llana, alisada por los continuos vientos que la atosigan y pasan de largo lamiendo a su paso las blancas velas de nuestros barcos. Tras el baño y el desayuno comentamos el plan de navegación, nos preparamos para la singladura y a las once clavadas levamos anclas e iniciamos maniobra. Obviamente, para no afectar a la Posidonia que nos alfombra el fondo habíamos buscado espacios limpios donde reposar el anclaje. Con buena mar viramos hasta tomar rumbo suroeste, bajo nosotros, a algo más de cuatro metros de profundidad y bañadas por un agua tan cristalina que no parece haber más que la mitad de distancia, seguimos con la vista las estiradas cintas verdes de la pradera de aquella planta que se extiende bajo la quilla del barco. Mientras las observo pienso en las malditas conciencias que no se remueven ante el delicado equilibrio que nos rodea. Aquellas que, desconociéndolo o no, evitan dan importancia al beneficio que la Posidonia ofrece al mar al mar, la comunión que entre ambos existe para su mutua supervivencia y al fin la nuestra. Actualmente estas planta se encuentran en peligro de extinción por lo que, afortunadamente, están muy protegidas. Ellas nos acompañaran hasta que el profundimetro no indique más de cuarenta metros. A partir de esa medición ya no pueden vivir estas silenciosas aliadas. Desde el mar dirijo la mirada hacia tierra, me detengo en las escena que mis ojos captan y percibo por momentos como se aleja entre vaivenes. Las miro todas como si de fotogramas se tratasen. Quiero recordar todo sin recortes ni lagunas. Deseo volver un día la vista atrás y sentir que paseamos o navegamos por tierras y mares de Berbería, de piratas y atalayas de vigilancia.

En ocasiones, navegamos por la historia sin conocerla, sin percibir la fuerza en el entorno, no tenemos tiempo para detenernos, y ahora que lo tengo ambiciono que quede grabado cada instante Seguramente, cuando este cuaderno de bitácora sentimental y amable vea la luz, ya será otoño en Madrid. Acurrucado en la terraza de casa leeré con media sonrisa cada página, sintiendo renacer en mi cabeza el vívido recuerdo de los diferentes detalles. Probablemente también sople el viento junto a mí, como allí pero diferente, y un sol que apenas caliente me regalará esa luminiscencia tan especial que trae el atardecer propio de la estación. Pero ahora aún buscamos en el laberinto de nuestras limitadas cabezas la imagen nítida de los delfines saltando y coleteando junto a nosotros. Todavía me huele a Mediterráneo de manera tan intensa como se mantiene fresca la imagen de aquellos juguetones amigos en la mar, que surgen de la nada, desde las profundidades del Gran Azul para flirtear con a nosotros, para escoltarnos en su medio, emitiendo sonidos que penetran hasta nuestro cerebro y quedan grabados. Observándonos para saber si somos depredadores o no, si somos amigos o no. Y así, puedo asegurar en efecto, que todavía siguen oliendo a mar mis sentidos mientras veo el anochecer acompañarme por el estribor de mi memoria. Ahora navego a través de recuerdos pero ayer lo hacía junto a mulares que saltaban entre el crepúsculo y el velero. La estela del sol herido de muerte, brillante y plateada sobre las aguas azules, nunca fue igual y, a buen seguro jamás lo será porque esa foto que guardo en mi memoria, en el cofre de los tesoros de un niño, pervivirá siempre… delfines acompañándonos entre ese sol y nosotros, a contraluz y en paz.

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CUANDO LLEGUE EL DÍA DEL ÚLTIMO VIAJE,

Y ESTÉ AL PARTIR LA NAVE QUE NUNCA HA DE TORNAR,

ME ENCONTRARÉIS A BORDO,

LIGERO DE EQUIPAJE, CASI DESNUDO,

COMO LOS HIJOS DE LA MAR.

(ANTONIO MACHADO)

miércoles, 30 de septiembre de 2009

LOS SECRETOS

AUNQUE TU NO LO SEPAS

Aunque tú no lo sepas, me he inventado tu nombre, me drogué con promesas y he dormido en los coches. Aunque tú no lo entiendas nunca escribo el remite en el sobre… por no dejar mis huellas. Aunque tú no lo sepas, me he acostado a tu espalda y mi cama se queja fría cuando te marchas. He blindado mi puerta y al llegar la mañana no me di ni cuenta… de que ya nunca estabas. Aunque tú no lo sepas nos decíamos tanto, con las manos tan llenas… cada día más flacos. Inventamos mareas, tripulábamos barcos y encendía con besos… el mar de tus labios

martes, 29 de septiembre de 2009

REFLEXIONES: ¿MIRAR SIN VER?

UN REGALO, UNAS PALABRAS Y DE REPENTE UNA VOZ LEJANA Texto: Jorge Bermejo / Fotografías: Iván Ayllón Entre los árboles del río, había, en efecto, muchas sombras, aparte de la mía, y un murmullo interminable de palabras y sonidos que el ruido de la espuma, en los rabiones, no alcanza a sepultar... (JULIO LLAMAZARES - La lluvia amarilla) Música que acompaña la lectura de “Y de repente…
Gloria Estefan: Hoy
Jo Manji: Beyond the Sunset
Tengo marcado en el pecho todos los días que el tiempo no me dejó estar aquí. Tengo una fe que madura que va conmigo y me cura desde que te conocí. Tengo una huella perdida entre tu sombra y la mía que no me deja mentir. (GLORIA ESTEFAN – Hoy) También en el texto Somos aire, dócil materia, maleable y frágil construcción que se quiebra como porcelana al caer al suelo. Tan pronto somos sonrisa como un instante después la sal de una lágrima, somos puro sentimiento o un muro sobrio y sordo, somos todo eso y más, ¡lo eres!... Solo depende de cómo nos miremos en el espejo del agua del río. Apena hay algo que nos diferencia de “aquello” que nos persigue y es que “aquello” ya pasó o debe pasar. Pero ahora seguimos condenados a luchar, a sufrir y pelear porque el sufrimiento, como la alegría, es innato y no es ajeno. A veces nos ocultamos en dimensiones paralelas observándonos desde otro plano como auras sobre nuestras cabezas y percibimos que estamos vivos pero dormidos, nos encontramos aletargados porque vemos la vida pasar, y mientras la sentimos así bien podrían quemarnos con un ascua que seguiríamos inertes. En estas, en ese invierno permanente, buscamos refugio para no sentir la agonía… quizás dejando el tiempo pasar. Y en otras, en esas noches tan oscuras, gritamos a nuestra manera pero solo nos escucha el viento. Sabemos que estamos vivos porque sentimos cada vez más pesada la condena. Necesitamos escapar pero más allá de la puerta entreabierta todo parece hostil y apenas llegamos a percibir el cuchillo de la luna de plata penetrando por el único resquicio que permanece abierto. ¡Debemos llegar hasta allí!, pero… ¿que hay más allá?. A veces, también, no huimos ligeros de equipaje y eso atemoriza el espíritu y coarta las decisiones, por eso preferimos el refugio en que nos encontramos a ver más allá de lo que los ojos nos muestran. Entonces realmente somos almas inertes que vivimos porque respiramos pero nos asfixiamos cada vez más. Tan solo esperamos, esperamos… esperamos… Con la luz de la mañana salimos de nuevo, cargados de intenciones, a vernos reflejados en el cristal del río, a encontrar un espíritu cada vez más cansado y decrépito sin mirar todo aquello que nos rodea, aquello que nuevamente en la noche atemorizará el alma, y entonces nos preguntaremos qué nos sucede y como se nos escapa la vida. Soy una moneda en la fuente, tú mi deseo pendiente, mis ganas de revivir. Tengo una mañana constante y una acuarela esperando verte pintado de azul. Tengo tu amor y tu suerte, y un caminito empinado. tengo el mar del otro lado, tú eres mi norte y mi sur.
No estamos vivos solo por respirar, ¡dímelo tú si has entrado como molécula en tu sangre!, si has recorrido tu cuerpo, nuestro cuerpo, para sentir como eres, qué necesitas o qué sientes. ¡Dímelo tú si has gritado!… y si no calla y escucha hasta que lo hagas. Y después, tras ello, ¿qué nos queda? vacio. Antes un vacio insondable, después un vacio diferente, nuevo, extraño, ¡llámalo desconocido!, siéntete descolocado… pero todo, en su ciclo, ha de volver a comenzar. La pregunta que permanece entonces es: ¿hemos aprendido la lección?. De repente una voz lejana, como un susurro desconocido que se acerca a mi sin descubrirse, que lleva la marca que llevo yo, aparece entre las sombras, sigiloso, desconocido… pero no me da miedo, no me molesta. Y aún desconozco si cuando llegue hasta aquí ya rayará el alba o seguiré sentado en mi propia oscuridad, temeroso e invisible en un bosque de árboles que hablan lenguas de viento, que vienen y van, que no necesito escuchar. Llegará despacio, quizás para ese alba definitiva que no será hoy porque ahora, aquí y así, sigo despertando de nuevo como cada amanecer, envuelto en promesas que las horas y la niebla irán difuminando y al caer la luz, al abrir la puerta de los miedos, me encontraré de nuevo solo, mirando a mi alma que llora otro día en que todo sigue igual. ¡Ah, el alma!, ahora volátil como el ser. Lo mismo es aire frío que hiela mi respiración como se transforma en lluvia salada que moja las comisuras de mis labios cuando, incontrolado, brota naciente en el cielo de tus ojos, cargados de tormenta, cansados de aguaceros, preñados de recuerdos. Y así todo sigue igual, todo salvo yo, ¡ósea nada!. Hoy voy a verte de nuevo, voy a envolverme en tu ropa. susúrrame en tu silencio cuando me veas llegar. Hoy voy a verte de nuevo, voy a alegrar tu tristeza. vamos a hacer una fiesta pa' que este amor crezca más. Todo sigue igual salvo el fruto de mi frutal, la flor en mi vergel, el refugio de esa, mi lluvia salada. Es entonces cuando corro en busca de silencio bajo el cobertizo de mi jardín, junto a mi frutal, joven, mío, calor, sol, agua para beber, risa para reír… ¡pero después todo sigue igual!, entonces ¿por qué me sigo preguntando lo mismo sin ver amanecer?. Mientras tanto, y sobre todo, seré si quieres, tu filosofía, tu rincón de literatura o tu último refugio, y seremos un extraño y una sonrisa, la tuya. Lo seré si eso te sirve.
Tengo una frase colgada entre mi boca y mi almohada que me desnuda ante ti.
Tengo una playa y un pueblo que me acompañan de noche cuando no estás junto a mi. Tengo una mañana constante y una acuarela esperando verte pintado de azul. Tengo tu amor y tu suerte y un caminito empinado. tengo el mar del otro lado, tú eres mi norte y mi sur. Hoy voy a verte de nuevo, voy a envolverme en tu ropa. susúrrame en tu silencio cuando me veas llegar.