domingo, 27 de diciembre de 2009

HISTORIA: DE MAQUIS Y "LOS DEL LLANO"...

¿QUIÉN OS RECUERDA?
Por: Jorge E. Bermejo . (Cap. 1 de 2)
“Nadie les informó que el mundo había cambiado, que la “guerra chica” hacía tiempo que estaba condenada al fracaso. ¿Fue todo en vano?”… Manuel Leguineche - Prólogo de “El canto del búho” (de Alfonso Domingo)
TRAILER DE PELÍCULA: LUNA DE LOBOS
Música que acompaña la lectura de "Quien os...
LUAR NA LUBRE
LA LISTA DE SCHINDLER (BSO)
Es diciembre de cualquier año… pasado… o presente, porque la memoria nunca debe morir. Hace mucho frío en la montaña, en cualquier montaña de España, ya sea hacia León y Asturias o en el Pirineo, en las sierras del sur o del centro. La nieve cae sin cesar en las zonas más agrestes y los copos van enterrando la memoria de unos ojos que la miran apostados sobre un risco. Son ojos cansados que pertenecen a cuerpos solitarios y olvidados, engañados y, al fin, supervivientes. Allí arriba, donde durante estas fechas solamente rigen las leyes de los inviernos más aterradores, hubo una época en la cual muchos hombres y mujeres hicieron de cada palmo de tierra su refugio y su hogar. Decían de ellos que olían a monte, a lobo, que eran duros como el entorno, pero al final la única realidad es que se llegaban a teñir de un halo de soledad manchada con una extraña amalgama de conceptos que llenaban todo de heroicidad romántica sobre el poso real: eran personas. Ahora son tan solo imágenes en blanco y negro que esconden detrás de ellas, a buen seguro, unas mismas circunstancias (casi todas comunes), las que empujaron a cada cual a vivir en las condiciones más adversas que un ser humano puede encontrar. Estoy mirando hacia la vertiente más angosta de la montaña (de cualquier montaña), donde el sol apenas cae durante algunas horas al día y los hielos se mantienen todo el invierno, donde las rocas puntiagudas, que el tiempo ha tallado como afilados cuchillos, convierten la pared en peligrosos muros grises y mortales. Allí, donde la collada deja de verse y los animales duermen su sueño de invierno, resisten apenas media docena de personas soñando despiertos con una primavera que sea la última estación antes de la libertad. Esperan sentados como cada atardecer por estas fechas. Agrupados en un chozo o en una covacha dejan pasar las horas y la vida entorno a un fuego. Ahora resulta imposible salir y es momento de charlas colmadas de silencios, frases nostálgicas y un cigarrillo de liar o de Ideales. Se les puede ver contraídos frente a la hoguera, siguiendo con la vista el tétrico baile que las sombras marcan en la pared bajo la luz del fuego. Permanecen inmóviles, asiendo una manta por encima de los hombros o mordiendo pan negro con una tajada de queso y escuchando a veces como la nieve, que está viva, se mueve fuera de la cueva o el chozo. El frío se filtra por la entrada, cubierta y camuflada, el viento silba y se extiende por cada rincón, incluso sobre la piedra helada donde alguno se recuesta entre toses y penumbra. Dependiendo de las zonas muchos de ellos también podrán dormir en pajares y casas de amigos y familiares, esos a los que llamaron los del llano, la gente de barriadas y pueblos que los ayudaron aún a pesar de correr peligro su vida.
Mientras leemos esto, protegidos en la comodidad que nuestros medios nos proporcionan, seguimos manteniendo la percepción de encontrarnos ante las vidas, traspasadas al papel, de unos viejos románticos, figuras de leyenda que lejos de llevar una vida cómoda, sobrevivieron en una época doblemente dura por las circunstancias de postguerra y por las suyas propias, las de huidos y perseguidos.
Los años han pasado pero el velo de desconocimiento sigue caído sobre este colectivo que por la propia naturaleza generacional va mermando y pronto serán puramente historia contada. Alias, apellidos o términos como los de Bedoya, Girón, Juanín, la AGLA o “los del llano” han quedado reducidos a libros especializados para un público determinado o algún reportaje periódico en los medios de comunicación. Tan solo algunas películas y un puñado de libros, unos novelados y otros no, se erigen como eje del recuerdo sin llegar a cumplir el objetivo de ser un reconocimiento debido por parte de nuestras generaciones. En este sentido cada cual debe observar su apartado de reconocimiento como debe serlo en el caso de figuras populares y colectivos políticos (incluyendo la realidad de aquellos -algunos aún vivos- que se colgaron medallas mientras los abandonaron a su suerte). Quizás porque ha pasado demasiado tiempo y acaso porque nosotros enterramos nuestra historia en nuevas costumbres, apenas se tiene conocimiento de lo que fue la vida de los que durante demasiados años vivieron escondidos o en el monte. Historias tan reales como sorprendentes, tan tristes como injustas que se van disipando en la memoria popular a mayor ritmo que, incluso, durante el franquismo, en que fueron combatidos con una dureza inusitada, tachados de bandidos y torturados, tanto ellos como sus familias. Porque, no olvide el apreciado lector, que no hay peor muerte que ser olvidado.

NOTICIAS CURIOSAS: "ARQUEOLOGÍA" ANTÁRTICA

HALLAN EN LA ANTÁRTIDA MANTEQUILLA CENTENARIA ABANDONADA POR EXPLORADORES

16-12-09 EFE. Sídney (Australia)

Arqueólogos de Nueva Zelanda hallaron en la Antártida dos bloques de mantequilla intactos de casi un siglo de antigüedad abandonados en el continente helado por la expedición fallida para llegar al Polo Sur del explorador británico Sir Robert Falcon Scott.

La mantequilla fue encontrada en unas bolsas esparcidas por el suelo de una tienda de campaña que utilizaron los hombres de Scott en la base de Cape Evans, informó hoy la televisión neozelandesa.

El extremo frío polar preservó el alimento, aunque la conservacionista Lizzie Meek aseguró que "el olor era tan fuerte que no estoy segura de si querría comérmela".

Scott lanzó desde Cape Evans su famosa expedición para ser el primer hombre en alcanzar el Polo Sur, al que tardó casi dos años en llegar.

Junto a cuatro de sus hombres, el explorador británico arribó finalmente al punto más meridional del planeta el 17 de enero de 1912, pero ya se le había adelantado por cinco semanas el noruego Roald Amundsen.

Después del fracaso, Scott y sus compañeros fallecieron durante el viaje de regreso.

Hace un mes, otro equipo neozelandés halló en la Antártida dos cajas de whisky escocés pertenecientes a una anterior expedición al continente helado liderada por el irlandés Ernest Shackleton.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

REFLEXIONES: ¿DONDE ESTABAS TÚ?

UN PAPEL QUE REMUEVE CONCIENCIAS Por: Jorge E. Bermejo

Resulta que en los lugares más insospechados surgen las curiosidades más extrañas. Mientras pienso en esto recuerdo una canción de Enrique Urquijo (Los Secretos/Los Problemas) que decía algo así como: “puede ser que nieve este verano y que por las noches salga el sol”… y, extrapolándolo de las circunstancias para las que se hizo la canción, estoy convencido que puede llegar a ser así, por ejemplo, ¿alguien imagina a un inglés, enrojecido por el sol, sobre el capó de un todo-terreno tocando una flauta en el desierto?.

La televisión ha logrado traer lo bueno y lo malo del mundo al salón de nuestras casas como si de un self-service se tratase. Comúnmente nos impactan una multitud de penosas imágenes que afortunadamente han servido para remover las conciencias sobre lo que sucede fuera de nuestro mundo particular. Quizás, a pesar de la dureza, sea necesaria su existencia para sensibilizarnos y observar que, a pesar de la distancia, todo nos afecta en este mundo tendente a la globalización.

Mientras las sociedades crecen y se transforman bajo el prisma de la productividad y la competitividad desmedida, nosotros permitimos por omisión y complicidad que se pierda el equilibrio y con él los aspectos humanos que deben primar en toda evolución. Valga como ejemplo la metamorfosis que sufre el dolor en cualquiera de sus formas -y no solamente la física- como método para estimular los sentidos. ¿Será verdad que caminamos como cuerpos sumidos en un permanente invierno?, o que confiamos en un sol de hielos que solo aparece una vez cada demasiado tiempo y cuando lo hace, nosotros (que hemos permanecido agazapados en nuestro mundo) saltamos para recibir cuantos más rayos de calor y luz mejor.

Yo ansío un poco de sol tanto como deseo las palabras. Husmeo tras ellas rebuscando las que considero más hermosas en el mundo y me las apropio cobijándolas en el corazón de mis sentimientos para malearlas delicadamente. Entonces, cuando encuentro definiciones para esas palabras y ordeno las frases miro en el alma ajena todo aquello que debe conocerse o complementarse para dar sentido a lo que muchas veces sería imposible encontrárselo. En ocasiones todo es diferente. Es cuestión de pensar en ti, de imaginarte como un espejismo y verte fugaz pasar envuelta en los aromas que aspiro, sabores que extraño y deseos que guardo. Entonces la sencillez del momento se resume en sentir que desaparaces y mirar al suelo, buscar tu huella sobre la losa fría, ver la silueta de tu pie dibujada con humedad… todo para saber que has estado. Y yo estoy tan lejos hoy…

Aquí, entre tantas lejanías, entre todas esas palabras que no puedo concatenar, tu huella es la carta de amor más hermosa, el único vínculo con la sensibilidad, el sentimiento sin la palabra que corta el aliento. Y yo, que he venido hasta aquí para no buscar nada, descubro sosegado que llega a ser el regreso al recuerdo primitivo o a la base de todo.

Es temporada de recogida, época de buscar alimento. Por aquí siempre ha de serlo en la obligación de comer cada día, pero… ¿dónde buscar cuando apenas nada hay en ningún lugar?, solo matas de hierba reseca, tierra que quema, sol que castiga y apenas algunos edificios derruidos, tan en ruina como el espíritu de la mayoría de los que llegan hasta aquí. Entre esos muros que antaño debieron tener magnificencia hoy se refugian demasiados ojos cansados, hambrientos, tristes y temerosos. De esta manera, basta con sentarse unos minutos en este mundo de caos para observar a hombres y mujeres iguales que yo pero diferentes a mí, que van y vienen con la mirada perdida sin saber bien que hacer con sus horas mientras los occidentales, algunos de los cuales hablan en francés y otros en inglés, parecen haberse construido una coraza que les permite mantenerse al margen de lo que sucede alrededor. Y yo, que estoy percibiendo a través de los ojos del alma, sigo aquí, solo, en silencio, dentro de un coche desvencijado y polvoriento, hundido en mi asiento, sufriendo el calor de la mañana y procurando que el día no marque mi piel. Anoto frases que resultan ser simples pero profundas apreciaciones del entorno y observo en silencio como cada uno de nosotros somos actores de una misma obra si bien cada cual logra adoptar diferentes protagonismos exactamente igual que se inmiscuye en la obra de una forma más o menos profunda. En estas circunstancias algunos pecamos de sentarnos a esperar.

El viajero se mueve en la lejanía, va y viene pero siempre está en la escena como si fuese un actor principal, alguien que, con el paso de los años, ha logrado conocer bien su papel. En mi desconcierto lo observo con tiempo y confirmo que se mueve por cada lugar con perfecta maestría. Creo que basa su vida en objetivos muy distantes de aquellos que se marcan en mi “aldea”. Quizás sencillamente, sumido en mi ignorancia, yo no los llegue a comprender o sean diferentes… si es que los hay hoy y aquí. Y en estas yo me pregunto ¿cuánto vale una conciencia justa?.

Él parece estar por encima del bien y del mal. Supongo que la vida (determinadas vidas) endurece la piel y el corazón como lo hace el viento, el sol, el agua o la tierra, por eso, entre supervivencias y costumbres, sospecho, pensando por él, que esto debe ser así y quizás debido a ello prefiero permanecer al cobijo de las sombras. Supongo que lo suyo es el precio a pagar por considerar el mundo como tu casa, la marca indeleble por criarse allá donde el color de la piel marcaba tu destino (afortunadamente ya no), saltar para descubrir que el faro de libertades y sueños posibles no es más que una pirámide en el desierto de los intereses, recorrer ciudades que se dividen en líneas verdes de seguridad, entre suciedad y escombro, o franjas y territorios asfixiados por la incomprensión, descubrir que la inocencia camina por las calles con un AK antes que con un juguete, encontrar el corazón de un paraíso verde que se muere silenciado por los fusiles… y al final creo que son tantos los sitios que ha recorrido trayendo sus nombres hasta mis líneas para que no se olviden que descubro finalmente en mi papel de la obra el tirón de transmisor que me sitúa en lo que ignoraba, justo aquí, en este punto.

En el teatro de la vida cada cual debe buscar su papel, (unos actúan y otros remueven conciencias) entretanto deseo que jamás el mío se parezca al suyo… inchallah.

lunes, 7 de diciembre de 2009

HISTORIA: EL "BARÓN ROJO"

HALLAN EN POLONIA EL ACTA DE DEFUNCIÓN DEL "BARÓN ROJO"
De: A.F.P. (6 de diciembre de 2009)

El acta de defunción del as de la aviación alemana de la Primera Guerra Mundial Manfred von Richthofen, el legendario "Barón Rojo", fue descubierta en la ciudad polaca de Ostrow Wielkopolski (oeste), anunció el sábado el diario polaco Gazeta Wyborcza. El documento fue hallado "por azar" en los archivos del registro civil de la ciudad por el genealogista polaco Maciej Kowalski, precisó el periódico.

Nacido en Breslau (hoy Wroclaw, en Polonia) en una familia aristocrática prusiana, el Barón von Richthofen (1892-1918) se hizo célebre por su pericia y sus victorias como piloto de caza, con un récord de 80 aviones derribados. Murió combatiendo al mando de su triplano Fokker pintado totalmente de rojo, de ahí el sobrenombre de "Barón Rojo", al ser alcanzado por las balas cuando era perseguido por un piloto canadiense, Roy Brown, el 21 de abril de 1918, cerca de la localidad de Vaux-sur-Somme.

Su acta de defunción fue establecida en Ostrow Wielkopolski porque ese fue su último domicilio oficial y el de estacionamiento de su regimiento Alejandro III, explicó Kowalski, citado por Gazeta Wyborcza. La historia del 'Barón Rojo' fue motivo de inspiración de numerosos libros, películas y hasta videojuegos. Manfred von Richthofen está sepultado en Wiesbaden (Alemania), en el panteón familiar.

martes, 1 de diciembre de 2009

REFLEXIONES. EL COLOR DE LA VIDA

DE RETAMAS Y RETAZOS TIZNADOS DE CENIZAS
Por: Jorge E. Bermejo Música que acompaña la lectura de "El color de... Women of Ireland, Joanie Madden
Irish Belssing

En cualquier lugar hacia el que dirijo la mirada está el día enganchado en las aristas de la certeza, descubriendo lo que unos ojos no quieren ver y aquello que la conciencia, barrida por cortinas de tormenta y viento, intenta despertar en mi: Realidades. En estas, la luz no se dirime como excusa cuando el momento oportuno se enseñorea con razones, más bien crepita el corazón -como si ardiese en él una hoguera- cuando descubre esas certezas y atiende a las realidades. Crepita porque las cuadernas de la vida arden vivas dentro de un cuerpo anquilosado que se estremece sin apagar su fuego.

Hoy es día de silencio en la montaña, de barro en las botas, de silencio en el valle, de silencios en los pueblos. De lluvia fina o humedad gruesa, aquella que los queridos asturianos llamarían orbayu. Ante el corazón ocre, silencioso y arrugado de un cuerpo inflamado por dentro se abre el valle escalonado desde el cielo, fresco tanto como brillante de agua en su esplendor, bañado en vino… mezclando tonos blanquecinos –sucios-, amarillentos y pálidos… como el vino blanco, o rojizos tiznados más claros o más oscuros… como el vino tinto. Desde aquí, desciende crecido el –todavía- arroyo entre retamas y matorral, cruzando un llano sobre la colina que barre el viento como lo hace con mi memoria, que es terca con concluir siempre en los mismos lugares del bosque de mi mente. A menudo se vuelve también tercamente ilusionante con imágenes de espuma marina que se disuelve entre burbujeos sobre la superficie fría del agua. Su sonido relajante no cesa, me engaña y acaba por imbuirme –por sugestión- mientras la observo correr cristalina, cuando no brillante, sin saber si son mis ojos los que están así o es la pureza de un cielo sin nubes y un mar sin olas lo que se abre ante mí.

He volado de la montaña al mar por unos instantes pero de nuevo estoy aquí, en el corazón que arde, en el valle brillante, en ese llano sobre la colina desde el que sigo al –allí- gran río con la mirada y observo cómo pasa el agua sin cesar. El cauce y su entorno resultan ser preciosas composiciones de lugar construidas a base de trazos de color aunque yo lo vea todo en blanco y negro. Lo sé a ciencia cierta porque a veces los he disfrutado en todo su esplendor, pero no hoy. Con el crepúsculo lejano acompañando mis pasos, camino por un páramo, por una senda angosta que lo atraviesa como una herida abierta en la piel de la vida. Una incisión que necesita suturar pero la mano que cose no encuentra el sitio para hundir la aguja y cerrar la herida.

Durante la noche, en la oscuridad que aquí sí importa, tomé la alocada decisión de cruzar el río descalzo y por su anchura más sinuosa sino desconocida. No estaba solo en la fotografía ni tampoco quise que nadie me acompañase y me despedí dejándolos al otro lado. Camine dentro del agua helada, sobre peligrosos guijarros, con las manos ocupadas durante el tiempo que el ánimo me empujó. Pero quizás fue justo a la mitad, sobre esas piedras alisadas por la paciencia, donde mi equilibrio falló y resbalé. Una y otra vez he estado cayendo sobre el resbaladizo fondo y, ahora que ya no se me ve desde las orillas, lloro el continuo y punzante dolor que me produce el frío intenso del agua del deshielo. Entre la sombras, resistiendo el frío, hay unos ojos que me observan, que nunca dejaron de hacerlo ni tan siquiera cuando me quede ciego o cuando recupere la vista solo en blanco y negro. Hermosos ojos cercanos que no miran buscando mi caída sino pendientes de tender una mano a la que asirme. Después no tengo memoria… la imagen se difumina y todo se vuelve blanco.

En la continua búsqueda de cada meta vital todo es así, somos parte de la esencia de lo que nos persigue silencioso en la estela de nuestros días. Se parapeta entre los recónditos huecos de nuestra mente hasta que un día rezuma y sin darnos cuenta nos empapa, nos cubre y si no nos damos cuenta acaba por fagocitarnos sin remisión. La propia vida resulta ser una amalgama de reflexiones, unas más profundas que otras, a las cuales y para distinguirlas, titulamos de maneras rebuscadas o sencillas dependiendo del momento y el contenido pero todas tienen su importancia desde el momento en que se integran en el collage de la parte del alma que resulta visible. La capacidad de expresión marca el resultado, que no ecuación, o la profundidad de la plasmación en líneas de un sentimiento a flor de piel.

La tarde inexorable se colorea de pimentón y mostaza cuando llego al final del camino. Desde el borde del pétreo corte diviso un valle alfombrado de verde intenso, moteado de grises y nublados en su vertiente más oscura, donde las sombras de la noche ya han cuajado adheridas a cada centímetro, donde los vaqueros ya descienden por la vereda cargados de aperos y vigilantes de su ganado. Más acá aún se ve a algunos de ellos trabajar al ritmo que marcan los últimos rayos de sol. El cañón del valle enseñorea su belleza a caballo del esplendor crepuscular y los olores a tierra mojada y montaña, esos que resultan tan intensos, insultantemente penetrante, y fluyen en mi mientras se dibuja el mundo entre luces y sombras perfectamente delimitadas. El cielo azul respira delgadas columnas de humo blanco que ascienden compactas como fantasmales y temblorosas figuras con el empuje de las corrientes hasta disiparse mucho tiempo después. Una racha solitaria y fresca, quizás perdida, me envuelve durante algunos segundos, los mismos en que comienzo mi descenso por la senda más hermosa que jamás mis ojos cansados vieron. Un camino nuevo, oculto entre setos cerrados y árboles frondosos, en cuyas orillas la espesura me impide penetrar como a veces sucede con mis pensamientos, me acompaña y entre cada resquicio de su cerrada oscuridad, en el reino de las alimañas, en el laberinto de gruesos y bien anclados troncos, surge aquí y allí una imagen imperfecta pero perfectamente adivinable que se evapora en el instante en que centro mi mirada en ella. Se lo que veo porque no es real, tan solo es la parte más importante que ocupa mi cabeza, que ronda transfigurada junto a mí.

miércoles, 28 de octubre de 2009

REFLEXIONES: OTOÑO (I)

OTOÑO (I) Por: Jorge Bermejo
(Poesía: Alfonsina Storni / 2ª fotografía -Mi sueño del faro Vidio-: Pintura de MARÍA MUÑÍZ)
Música que acompaña la lectura:
Lascia ch'io pianga - Ópera "Rinaldo" (Häendel)
Boccherini Cello Concerto No.1 in E flat major, G474

(1ª PARTE).- Un día cercano al de hoy (hace tan poco que lo recuerdo vivamente todavía), el otoño llegó hasta aquí inexorable y se hizo adulto sin percatarme de ello, y yo, que aún no soy padre, supuse que la sensación tenía que ver con los sentimientos de aquel que sí tiene esa condición y una mañana descubre, de repente, que un hijo ha dejado de ser el niño que sus retinas retenían como una fotografía para evolucionar a otro estado de la vida. Cuando aún no habían pasado de largo (aunque en mí nunca lo hacen) los sonidos del mar o el bosque, o los que nos invaden en el vasto territorio de la luna anaranjada y creciente, me encontré con que la siguiente estación había crecido a golpe de días luminosos, de envolventes tardes que regalaban optimismo para regocijo de un alma a media luz, de mañanas que no dejaban de ser refrescantes y viento invitándome a observarlo tras el ventanal. Quizás al principio, añorando extender el asueto, tuviera derecho al pataleo pero finalmente, ante un cambio tan inexorable como la propia existencia, tan solo me quedó mirarlo de frente y ver que el otoño también dibuja en mí sonrisas guardadas desde hacía demasiado. Es el gesto del tiempo, de mi tiempo, que llega tanto como la sonrisa de esos padres que descubren al fin los cambios en su hijo, igual que un instante largo y larvado o los momentos para otras notas musicales portadoras de sentidos renovados… quizás como hace la naturaleza con sus frutos y sus colores. Es tiempo de manzanas, de castañas y avellanas, de batata sobre el hierro ardiente de las viejas cocinas de carbón y leña. Es tiempo de otros olores que penetran para rescatar la parte dormida del añorado recogimiento. Ahora, que veo amanecer, y antes, que he velado dolorido a la noche en sus últimos instantes, (aquellos previos que extienden las sombras hasta disiparse), he celebrado la luz con alborozo, estando a su lado hasta ser adulta en mi regazo, viéndola crecer para no volver a sorprenderme. Después, mientras abre la mañana balanceándose sobre los delicados acordes de Lascia ch'io pianga (de la ópera "Rinaldo" de G. F. Haendel) que llegan lejanos sigo descifrando los enigmas de tu dolor, regocijándome en tu cercanía, en el terco deseo de verte feliz, en la maldita codicia de tu sonrisa, y cuando te difuminas cruje bajo mis pies, a cada paso, la madera seca de mi corazón que se refugia aquí… o en ti, en tus ojos de noche. En la incertidumbre que mi alma exhala, camino entre las sombras de tus instantes con la inseguridad del que desconoce si es lágrima de sal, diamante de miel o perla de aceite lo que resbala por tus mejillas para morir en las comisuras de aquellos labios que ansío besar. Es entonces cuando te miro inquieto, cuando dudo si la noche ya no es noche o el día rompió de nuevo. A veces ha ocurrido que regresabas lentamente, con esas primeras luces, y llegabas hasta aquí, a la fuente de los recuerdos y junto a mí, para bañarnos en las lágrimas que lograron desprenderse de tus mejillas y mis dedos o mis labios no lograron retener, para sumergirnos en la espuma de las emociones, las tuyas... o las mías. Después, mientras secaba mi piel llagada de errores la miraba sufriendo la expiación. Sentía sin depravación que me quemaba para no olvidarlo ni olvidarte y saber que ardo por ti.

Entretanto me veía envejecer frente al espejo de la vida o estimulaba mi corazón anquilosado, he recordado una poesía de Alfonsina Storni… “me ha contado el espejo que nieva en mis cabellos mientras caen las hojas”...

Recuerdo una fotografía (no retuve el lugar donde la vi) en la que aparece un monumento alegórico dedicado a ella y, aunque revitalice su memoria, es piedra tan solo… y yo pensé que no quería ser piedra. Ella en realidad es poesía… y yo tristeza de no ser hoy un verso suyo.

Me empobrecí porque entender abruma, Me empobrecí porque entender sofoca, ¡Bendecida la fuerza de la roca! Yo tengo el corazón como la espuma.

Y ahora, mientras saboreo esta bendición, durante los leves instantes colmados de dicción en que leo y releo con el sabor duro de veintitrés palabras paladeadas entre el cielo y la lengua, ahora, digo, mirando el horizonte desde el faro que es mi refugio, me siento al fin palabra en tu verso y comisura (la misma donde morían tus lágrimas) que forma tu sonrisa. Quizás refresco la sensación, durante mucho tiempo camuflada, de mi mirada cuando traspasó tu cristal sin detenerse, pero ahora que el vidrio abriga las gotas de humedad y los granos de sal marina, de nuestro sudor o de la respiración después de un beso, es cuando me detengo a pensar que siempre has estado allí… ¡estás tú!, y detrás sigue el mar que jamás se marchó. Mar, yo soñaba ser como tú eres, Allá en las tardes que la vida mía Bajo las horas cálidas se abría... Ah, yo soñaba ser como tú eres.

REFLEXIONES: OTOÑO (II) con notas de invierno...

OTOÑO (II) Por: Jorge Bermejo (También autor de la 2ª fotografía) Música que acompaña la 2ª parte de OTOÑO: Bryan Adams - (Everything I Do) I Do It For You Habib Koite and Bamada - Takamba
Como la certeza que transmite un hecho empírico así sabemos que el otoño se filtra por los recovecos de nuestra vida como lo hace alfombrando las calles, como entra por las rendijas de las puertas y ventanas, como viste de otros colores la ciudad o regala atardeceres cargados de energía. En el eco de sus ciclos, aquel que marca los tempos y nunca desaparece, ahora veremos las fotografías en verdes muertos y ocres de hojarasca seca barrida por el viento, de árboles que mezclan tonos posando para una acuarela mientras son penetrados por los rayos de sol en una tarde de otoño, tanto como después será la nieve aquella que cubra nuestra memoria hasta convertirla en la película blanca de los recuerdos escupidos a golpe de hogar encendido y calderos o de sonrisas y confidencias entre amigos, de calles y caminos desnudos rondados por perros solitarios que nos ladran afónicos para esconder sus miedos, de cobertizos cuajados de musgo y humedad tanto como rebosantes de madera cortada y apilada. Habrán llegado entonces las microscópicas estrellas de invierno aplastadas en unas huellas que demuestran la vida que no vemos. Y mientras pensamos en ello necesitamos, como acicate, alimentarnos de cuanto fluye ahuyentando artificialmente los empachos de obsesiones o fagocitando lo extraño con forma de revuelta contra la apatía que nos vuelve monótonos.
Pero mientras esto llega, para mí, como para otros, ha quedado atrás la estación que rompe generalmente (y sin artificios) esa monotonía, que nos muestra arena fina, bosques cuajados de frondosa vegetación donde habita la mitología, amores primerizos que se alimentan de extrañas mariposas, calles encaladas aún similares a las que viese mi admirado Gerald Brenan, mares inmensos que albergan a las descendientes de Moby Dick, o palacios, fuentes y paseos en los que dar rienda a los acordes de una guitarra española en las noches calurosas de verano, bajo faroles, en terrazas que sirven momentos íntimos con vino, en sueños abrazados a un libro donde reposar la lentitud de cada instante. Ahora, con cada día que huye nos olvidaremos poco a poco de los cuerpos exuberantes envueltos en deseo y será el nuestro aquel que compartirá un rincón con las fuerzas postrimeras que rezuman sobre las fachadas de los espejos del alma, como dice el refrán. Serán, ni más ni menos, que las últimas fuerzas hirvientes de un verano que ya queda atrás, desinflándose, hasta ser solo recuerdos embutidos en el abrigo del otoño.
Es otoño aunque a veces no lo parece. Atraído por su llegada he decidido salir a recibirlo y en la tarde de aromas a tierra mojada mis pies me llevan a él caminando por las sendas que descienden y se cruzan a través del madrileño Parque del Oeste en dirección a los búnqueres (que taponaron el avance de los sublevados durante las ofensivas sobre Madrid en nuestra desgraciada Guerra Civil). Es tarde para observar escondido en el mirador de aves (sin aves) como cae la luz sobre la charca, para fumar el último cigarrillo sentado en sus bancos y ver el humo denso ascender hasta perderse en el techo de madera. Allí, como en cualquier otro lugar, como en nuestro propio interior, buscamos elixires que tonifiquen nuestro cuerpo o sentidos que nos orienten falsamente. Logramos esconder los juicios y las justificaciones y resistimos en las murallas de nuestra debilitada fortaleza otra embestida más de un ejército que viaja en el tiempo desde nuestro pasado sin llegar a percatarnos que tarde o temprano, cuando llegue el asalto final, nuestras huestes, aquellas que nos defienden, no serán más que un puñado de razones agotadas, heridas y descolocadas, y será cuando veamos que La Gran fortaleza del alma está perdida sin remisión. Ese será el triste atardecer en que nos miraremos buscando aquel caballero que fuimos pero no descubriremos más que un cuerpo torturado, desnudo y vencido que llora cada día en el silencio moribundo de la prisión de la soledad. Quizás entonces, asfixiados, haremos lo que mucho antes debíamos haber hecho: salir al mundo exterior y descubrir que hay mucho más donde podríamos habernos retirado para recomponer las líneas, para aprovisionarnos y descansar. De nuevo es entonces, y solo entonces, cuando alejados de la batalla, seremos conscientes del desastre en el que hemos colaborado por omisión. Por eso, cuando sintamos que las murallas apenas tienen capacidad para resistir quizás es mejor que preparemos las cabalgaduras y reunamos las fuerzas que quedan. Sencillamente… que tomemos el camino que nos lleva al sol… siempre hacia el sol.

miércoles, 7 de octubre de 2009

EXPEDICIONES CIENTÍFICAS: LA FOTO DE AMUNDSEN EN EL POLO SUR

HALLADA LA ÚNICA FOTO DE LA 1ª EXPEDICIÓN AL POLO SUR Fuente: EL PAÍS.com / Foto: EFE. Sídney / Madrid - 07/10/2009
Un historiador noruego localiza en Australia una imagen de 1911 del equipo de Roald Amundsen
El 14 de enero de 1911 una expedición liderada por el explorador noruego Roald Amundsen llegó por primera vez en la historia al Polo Sur. La hazaña fue inmortalizada en una fotografía en la que cuatro miembros del equipo contemplan la bandera noruega, izada en lo alto de la tienda de campaña. Ahora, casi 98 años después de aquello, el historiador Harald Ostgaard Lund, paisano de Amundsen, ha descubierto la instantánea en los archivos de la Biblioteca Nacional de Australia. "Sabíamos que se trataba de una foto de la expedición de Amundsen al Polo Sur, lo que ignorábamos era que fuese la única en el mundo", explicaba Linda Groom, directora de la Biblioteca Nacional de Australia, a la cadena de televisión y radio australiana ABC News. Lund descubrió la fotografía tras analizar durante meses más de 700.000 imágenes de la galería digital de la institución y a principios de año viajó a Australia en busca de los originales de las copias de las imágenes cedidas por la familia de Amundsen al Museo Nacional de Noruega. Tras abandonar la Antártida en 1912, la primera escala del viaje de regreso de Amundsen fue el puerto de Hobart, capital de la isla de Tasmania, donde entregó los negativos de las fotos a J. W. Beattie, un conocido fotógrafo del lugar. Según ha explicado Groom a la ABC, lo más probable es que Beattie encargase el revelado de las fotografías a su ayudante, Edward Searle, quien tiempo después las recopiló en un álbum los trabajos más importantes de su carrera titulado Vistas de Tasmania. En 1965 la Biblioteca Nacional de Australia compró el álbum a la familia de Searle. Cinco semanas después de ese 14 de diciembre de 1911 la expedición de Robert Scout, gran rival de Amundsen tomó una foto casi idéntica en el mismo lugar.
(Imagen que acompaña: De la expedición del noruego Roald Amundsen en el Polo Sur, el 11 de diciembre de 1911- EFE)

sábado, 3 de octubre de 2009

VIAJES: MI MEMORIA EN BERBERÍA (I)

UN VIAJE PARA EL RECUERDO (I) Por: Jorge E. Bermejo. (Son cuatro capítulos) A Sonia, Silvia, Nuria, Javi y Carlos, una tripulación "Master & Commander", con todo mi cariño. A nuestro bajel pirata "La Sultana", "en todo el BAR conocido, del uno al otro confín". A los nuevos y (a buen seguro) favorables vientos que han de llegar...
Música recomendada para seguir la lectura de "Mi memoria en...
BSO "EL SEÑOR DE LOS ANILLOS
LOVING YOU - LIGHT OF AIDAN FT. - NOTE FOR A CHILD
ZUEL - OLAS DE SAL
Cada historia tiene su momento para ser vivida y para ser escrita, pero siempre puede ser el momento para ser recordada…
PRIMEROS SENTIMIENTOS: LA MAR
La memoria del hombre es caprichosa, como lo son las olas del mar o las nubes en el cielo. Por eso he intentando desarrollar una fantástica vivencia colectiva frente a un papel blanco que, aunque siempre se resiste, con el tiempo se tornara en recuerdo para cada uno de los que estuvimos allí. No deseo ahora decir fechas porque codicio que el recuerdo sea fresco e intemporal, como ese mar o el viento que percibo en cada momento de la evocación. ¡Quiero recordar tierra de Berbería!, volver a sentir los mortecinos rayos de un atardecer de estío que nuevamente llegan hasta mi. En estas mi siempre amada y etérea... quizás lo que más he querido, el mar, la mar que declamase Alberti, me acompaña entre susurros como viene haciéndolo desde hace más de veinte años... Pacientemente, sin molestar, siempre presente de alguna forma y ahora más aún porque la recuerdo bajo mis pies, abriéndose hacia la lejanía tan inmensa como espectacular. Mientras la observo siento los párpados pesados y una bruma que se cierne sobre mis ojos hasta que la fatiga me hunde en un sueño frente a ella y al atardecer. De nuevo está ahí, aunque nunca se alejó demasiado, como una madre que cuida de su pequeño, y al fin así es la mar. Aunque mis ojos permanecen cerrados aún la percibo cerca, detenida y pacífica, rozándose suavemente con el mundo exterior como la piel que roza al amado en una caricia. Con el tiempo he aprendido a observarla, a comprenderla para poder disfrutar de ella como un vino excelente... con cuerpo, en cada sorbo, con cada aroma, de diferentes colores pero siempre de una forma incomparable a los demás y así es como la tengo grabada en mi memoria. Quien escribe para contar algo grita auxilio desde cada trazo que plasma y esa es su forma de expresarlo. Mientras escribo esto reconozco su ausencia y quizás necesito de ella. Para mí, no sentirla cerca es estar muerto en vida porque yo nací cuando la conocí y debo morir junto a su vera, y si no la siento no quiero vivir más. Si ella no está, mi alma cierra los ojos del corazón y huye en su busca, anhela sentirla cerca y sé que la he encontrado cuando en sueños también encuentro la paz. Quizás este sea el momento de inflexión, el Shangri-La del espíritu, cuando la paz interior es tan potente como la exterior y al fin todo es armonía.
El día dos iniciamos la singladura. Habíamos quedado en el Club Náutico de Ibiza con Carlos, querido amigo y capitán. Al acceder al Club nuestros cansados cuerpos comenzaron a asimilar el entorno marinero. Saltábamos como por arte de magia desde la gran urbe del “todo a mano” al prefacio del mundo en el que “no se debe necesitar casi nada”. Antes de embarcar debíamos reponer fuerzas. En el propio Club disfrutamos todos juntos de un fantástico gazpacho de sandía y un pesado arroz negro poco propio para estas galeradas. Así, en aquella terraza con vistas a los pantalanes deportivos, mi mente comenzó a elucubrar. El viaje con destino a la imaginación de un niño despegaba puntual, y digo bien porque es cierto que nadie que no conserve al menos un ápice de niñez, de infantil imaginación e inocencia, puede vivir a fondo lo que vivimos aquel agosto. Probablemente, el secreto de una aventura perfecta es la sabia combinación de los Egos... el ego adulto marca la seriedad y la profesionalidad -el buen rumbo sin novedades-, pero el ego infantil, aquel que permanece en continuo peligro de extinción según nos hacemos adultos, ve batallas donde quizás las hubo, ve debajo del mar sin sumergirse, otea el horizonte buscando galeras y explora cada centímetro de su entorno esperando descubrir cualquier tesoro. Y cualquier tesoro es lo que acopia, ya que solo aquel que vea el cielo, el mar y la tierra con los ojos de un niño verá tras cada estela de espuma o en cualquier islote un tesoro del que solo él conoce su valor y que tan solo a él le espera el privilegio de guardarlo, y, mientras mira al atardecer en el mar deja que su mente invente lo que el mundo le prohibió. En estas, cada noche se duerme dentro de un diminuto camarote, que a media noche se carga de calor, esperando que las vivencias se transformen en una aventura mientras, a través del ojo de buey, la luna y las estrellas, el cielo más puro que podamos imaginar, nos acuna y nos duerme entre bamboleos consonantes del casco. Quizás a otros no les dé tiempo para asimilar tanta información que se percibe, pero a mí sí porque alimento esa mirada de niño y tengo aquella cajita de tesoros que lleno cada día y que al cerrar los ojos cierro también bajo mil llaves.