viernes, 2 de octubre de 2009

VIAJES: MI MEMORIA EN BERBERÍA (III)

UN VIAJE PARA EL RECUERDO (III) Por: Jorge E. Bermejo

GENESIS

SO FINE - A DAY IN THE SUN

…alegre, porque sé que tú eres mi patria, amor mío; y triste, porque toda patria, para los que la amamos, […] tiene también bastante de presidio. ÁNGEL GONZALEZ (POETA)

La fachada de la torre que mira al atardecer está iluminada por los tonos anaranjados que regala un sol vencido por el ocaso. Desde fuera observo las ménsulas en lo alto de la torre y me decido a entrar. Mis ojos, hasta que se acostumbran, sienten el impactante cambio de luz cuando accedo al interior. En un segundo se ha hecho la penumbra y, aunque no veo, percibo el suelo arenoso que guía mis pasos. Dentro, la planta baja se divide en pequeñas estancias bien ventiladas, de techos altos y con una escalera de caracol en piedra perfectamente integrada que nos conducirá a la almena pasando por un piso diáfano intermedio. Hago una rápida serie de fotografías mentales y observo en lo alto de una de las estancias un ventanuco, como un respiradero, para el almacén de pólvoras. Después sigo mi camino ascendiendo por la empinada escalera hasta las almenas. El sol sigue penetrando en el mar. Se hunde presumido para los veraneantes, idílico para enamorados y soñador para los solitarios. Pero allí, en el horizonte, queda demasiado lejos para impacientes y calculadores. Entre él y nosotros se extiende en la inmensidad el Gran Azul, con la quietud del tiempo que se detiene, sin interferencias como una siesta de verano. Las estelas de los barcos a nuestros pies nos sorprenden, Ferrys, yates y veleros se cruzan en una especie de autopista marítima que a esas horas cobra cierta intensidad. Incluso avezados y lanzados excursionistas a bordo de embarcaciones neumáticas sobrecargadas (que apenas mantienen la línea de flotación a un nivel óptimo de seguridad) pasan por delante de nosotros, y se adentran en el canal. Desde aquí, desde la almena de esta atalaya anclada por los siglos de los siglos como proa varada en la pétrea Tierra, se ve el mundo con otros ojos, más humildes y livianos… ¡tan simplemente sencillo!. Este es un lugar donde el hombre empequeñece y se siente en paz, donde el tiempo pasa sin referencias. Hay muchos otros, pero este es especial... aquí todos somos iguales. Desde la torre de piedra situada en el extremo más inhóspito de esta media luna, desde el baluarte que otrora fuese puesto de oteo contra incursiones piratas y berberiscas, el sol me ofrece un primer plano del ocaso en el mar. El islote de Es´Vedrá desea cobrar protagonismo en el juego de luces y sombras. La megalítica formación rocosa surge de las aguas como soldado que custodia el anochecer, inmóvil, varado, dejando que los últimos resquicios que nos iluminan viertan sus placeres al mar dibujando una estela plateada mortecina sobre la lámina del agua.

Ahora son las barcas de pesca las que cruzan níveas frente a mí. Solas en el marco infinito recobran la majestuosa sencillez de antaño. Y así, unas van, otras vuelven mareadas entre el oleaje del último ferry del atardecer que supera veloz la lengua de mar. Son velas blancas y latinas que, aliadas con el viento, se presentan puras e hinchadas, presumidas, dejando pasar a través de ellas la tenue luz del sol. Mientras tanto, la brisa me trae sus runrunes renqueantes y quejicosos provenientes de pequeños motores que las ayudan a navegar. Mar adentro el sol ya se hundió en el horizonte, precisamente acariciando a Es´Vedrá, como si quisiera ayudarlo a ser extrañamente enigmático. Nosotros, abrazados por el silencio del viento y embelesados en el instante, huimos en el barco de los sueños con él, cada cual el suyo… pero todos tenemos alguno. Aún oculto ya en el horizonte seguimos mirando a la nada, allá donde nos dijo adiós, todavía sobrecogidos por un atardecer despejado, irrepetible y de ensueño. Aunque todos permanecemos sentados al resguardo de los gruesos muros, comienza a refresca en la atalaya y es hora de regresar al barco, todavía nos queda descender la ladera garabateada por las mareas y cruzar la bahía en Zodiac hasta nuestro velero. Desde lo alto vemos los barcos fondeados como minúsculos juguetes y, en un alarde de Ojo de Águila, intentamos encontrar a nuestra Sultana. Más allá surge la lengua de playa, con su arena todavía amarilleando, y a la izquierda el bosque y el pantano, cuyos barros sulfurosos de azufre son prácticamente parada imperdonable en L´Espalmador. Sobre todo destaca solitaria la casa del alemán y el diminuto embarcadero, pero al fin, de nuevo, el mar acota delicado el horizonte difuminado. De nuevo me he apartado del grupo y me he quedado solo, en silencio, esperando ver mi particular ocaso. No hace tanto que el sol descendió rápidamente dejando a su paso una neblina inmóvil y, sobre el mar, mientras se disipaba su estela, los colores anaranjados y amarillos se fundieron con el azul y la sombra. Mi retina todavía guarda sus sensaciones. Antes de marcharme miró a Es Vedrá, megalítica, solitaria, que cierra por hoy sus ferrosos ojos de misterio. No es su magnetismo o su fuerza telúrica lo que me invade, es la imagen retrotraída desde tiempos en que los piratas se escondían dentro de sus ensenadas a la espera de cometer alguna fechoría, agazapados y emboscados aguardando entre las pequeñas calas el paso de alguna embarcación atrevida o despistada para atacarla furtivamente. Ha caído inexorable la tarde sobre las calas recoletas. El agua pierde sus tonos y trasparencias cuando la luz desaparece. A L´Espalmador comienzan a llegar barcos en busca de fondeo para pasar noche a refugio de molestos vientos. Sorteamos un sinfín de veleros y yates aproados al viento que, convertido en brisa peina la playa y llega hasta aquí ordenando los barcos. Se ve cual tiene orza y fondo con una simple mirada, sencillamente unos pandean a un lado y a otro, mientras que los orzados están casi fijos esperando la noche. Navegando entre ellos se advierte que el lugar, en estas fechas se convierte en un gran vecindario de chalets adosados donde conviven vecinos de muy diferente procedencia. Con permiso del querido lector romperé el momento con una licencia puntual pues la escena, en una primera impresión, me recuerda a la película de la ventana indiscreta. En las bañeras los lobos de mar de diseño y marca brindan y bromean bajo las primeras lámparas nocturnas encendidas de los barcos. Pronto, el fondeadero se convertirá en un lugar oscuro y silencioso solo marcado por decenas de puntos luminosos, las lámparas sobre cubierta e indicativos luminosos de “todo horizonte”.

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