QUIRÓS (ASTURIAS): EL TERRITORIO MÁGICO (SEGUNDO DÍA)
Por: Jorge Bermejo
Un camino se adentraba
en los campos que soñé.
Con él otro se cruzaba,
el camino del saber.
Y yo en la encrucijada
busco la respuesta a un por qué.
ANTONIO VEGA (Compositor)
El segundo día me encontró espiando tras la cortina sus primeras horas. Sintiéndome en un estado de duermevela lo he recibido en la terraza... Las primeras luces llegan grises y transportan una extraña y cuasi silenciosa sensación en el ambiente, pero yo también permanezco en silencio intentando escuchar los sonidos del amanecer, desayunando un café con todas las casadielles (1) que pueda ingerir.
Ver amanecer sobre el Valle de Quirós es un regalo del que el viajero no debe prescindir. Como tampoco debe marcharse sin sentir el orbayu que parece flotar y rodearnos, que se engancha como uñas afiladas en las paredes o cubre el suelo de una brillante película de agua. Este es un ejemplo más del microclima tan especial que envuelve Bárzana, un lugar enclavado junto a un río, entre bosques frondosos y prados recortados a los que una cadena de viejas peñas dispensa su permanente abrigo. Así se produce esta lluvia fina y constante que remueve las conciencias tanto como refresca la vida o relaja los sentidos. El orbayu puede recordar a una bestia escondida que se alimenta con la humedad de las nieblas, con la respiración de los árboles que exhalan al cielo su vaho, con las neblinas que pululan por los torrentes... Y, junto a él, es la bruma otra invitada que asciende prácticamente difuminada desde el río. Ahora, sentado y en silencio la veo subir vaporosa como el vestido que luce una mujer hermosa mientras roza la hierba en medidas caricias de amado.
Aunque sigo ensimismado percibo de alguna manera al vigilante Gamoniteiru detrás de mí. Rasca el éter desde la Sierra del Aramo que me saluda imponente. La impenetrable argolla de esa niebla (que hoy parece dominarlo todo) rodea sus paredes arriba, justo antes del cielo, en la montaña. Está anclada densamente bajo el pico, aparentemente engarfiado como el diamante lo está a su anillo. Entretanto espero a que desaparezca ese velo blanquecino, descanso mi alma intranquila, la que sigue coleando cierto espíritu urbanita aunque anhela a aprender a vivir como es debido... así también aspiro a escuchar el urogallo.
Los minutos corren sin piedad, la llovizna ha cesado y pronto el sol castiga las laderas hacia León, en dirección a los picachos que cierran cualquier visión del más allá. Aparecen como una cortina pétrea y ahora brillan deslumbrantes, engañosamente cercanos. Frente a mí, mientras la ladera rebosa de vida, pierdo la mirada en la Senda del Oso, la que discurre paralela al río Quirós y continúa después de Bárzana en dirección a Santa Marina (antiguamente llamada Ambas Mestas). La Senda resulta un aprovechamiento práctico e integrado de lo que fue una vía férrea de vagonetas que transportaban el carbón que los quirosanos, generación tras generación, rascaban a la tierra que tanto aman.
Ahora ciclistas y caminantes se cruzan y se pierden bajo espesura fresca de la bóveda verde y brillante que los cubre.
Recomiendo aquí al aventurero lector que en alguna ocasión camine por ella solo para percibir su ego más profundo, aquel que deja poso tras la reflexión y que solo surge en lugares como este. A buen seguro, en su abstracción, el caminante estará siempre envuelto en aromas tan puros como esos que penetran en nuestro interior para quedarse. La Senda, tanto como el río, se ha logrado convertir en otro eje articulador de la historia de Quirós. Durante muchos años prestó servicio como vía de salida para el carbón de la zona y ahora sigue activa como ruta dotada de un alto interés turístico y deportivo.
Sin desmarcarnos precisamente del papel de aquel primitivo tren, a lo largo del recorrido por la Senda podremos encontrar diferentes ejemplos de arquitectura industrial que surgieron al calor de la propia evolución local pero que encontró su apogeo durante una época en que España era una potencia minera, especialmente en lo que se refiere al hierro o al carbón asturianos. Así encontraremos en el camino bocas de mina inundadas, molinos, restos de maquinaria, lavaderos de mineral, etc...
El día decidió poner fin a la tregua soleada que nos había acompañado hasta la hora de comer y de nuevo nos sorprendió con la lluvia. El café de sobremesa aún humeante acompañaba las conversaciones entre buenos amigos a los que hacía algún tiempo que no veía. El restaurante del hotel Valle de Quirós es un lugar interesante, dominado por el buen ambiente que se crea entre los quirosanos que lo frecuentan y donde los visitantes siempre son bien recibidos, ideal para hacer noche, comer (aunque oferta una excelente cocina general, este modesto aficionado recomienda no marcharse sin probar el cachopo especial siempre y cuando la tarde sea propensa a la relajación) o sencillamente tomar un vino con amigos antes de reiniciar la marcha.
Pero ahora, fuera, la lluvia que persiste ha vuelto a teñir de gris el pueblo por más que la montaña vigilante se intenta maquillar de los colores que nos regala el arco iris. Aunque no es la estación, todo se ha transformado es una hermosa acuarela otoñal de tejados marrones y empapados, cuajados de musgo al que peina, como a la hierba en las laderas, el viento tenue y sonoro que lo invade todo.
Mientras camino solo voy escuchando mis propios pasos y agradeciendo un instante de silencio e incluso un poco de agua en la cara. Es tarde de recogimiento tras cada puerta, de mirar llover desde las ventanas. Es momento de disfrutar de la visión acuosa de un valle que explota con toda su intensidad.
(1) Dulces típicos elaborados con diferentes condimentos (huevos, harina, frutos secos, azúcar, etc...)
(FOTOGRAFÍAS DE EVA MARTÍNEZ (QUIRÓS): 1ª) PANORÁMICA GENERAL. 2ª) MUJER TRABAJANDO LA ESCANDA, UN RESISTENTE CEREAL CON EL QUE SE ELABORA UN PAN COMÚN EN ASTURIAS. 3ª) (DEL AUTOR) EN QUIRÓS.)