¿QUIÉN OS RECUERDA?
Por: Jorge E. Bermejo . (Cap. 1 de 2)
“Nadie les informó que el mundo había cambiado, que la “guerra chica” hacía tiempo que estaba condenada al fracaso. ¿Fue todo en vano?”…
Manuel Leguineche - Prólogo de “El canto del búho” (de Alfonso Domingo)
TRAILER DE PELÍCULA: LUNA DE LOBOS
Música que acompaña la lectura de "Quien os...
LUAR NA LUBRE
LA LISTA DE SCHINDLER (BSO)
Es diciembre de cualquier año… pasado… o presente, porque
la memoria nunca debe morir. Hace mucho frío en la montaña,
en cualquier montaña de España, ya sea hacia León y Asturias o en el Pirineo, en las sierras del sur o del centro. La nieve cae sin cesar en las zonas más agrestes y
los copos van enterrando la memoria de unos ojos que la miran apostados sobre un risco. Son ojos cansados que pertenecen a cuerpos solitarios y olvidados, engañados y, al fin,
supervivientes.
Allí arriba, donde durante estas fechas solamente rigen las leyes de los inviernos más aterradores, hubo una época en la cual muchos hombres y mujeres hicieron de cada palmo de tierra su refugio y su hogar.
Decían de ellos que olían a monte, a lobo, que eran duros como el entorno, pero al final la única realidad es que se llegaban a teñir de un halo de soledad manchada con una extraña amalgama de conceptos que llenaban todo de
heroicidad romántica sobre el poso real:
eran personas. Ahora son tan solo imágenes en blanco y negro que esconden detrás de ellas, a buen seguro, unas mismas circunstancias (
casi todas comunes), las que empujaron a cada cual a vivir en las condiciones más adversas que un ser humano puede encontrar.
Estoy mirando hacia la vertiente más angosta de la montaña (
de cualquier montaña), donde el sol apenas cae durante algunas horas al día y los hielos se mantienen todo el invierno, donde las rocas puntiagudas, que el tiempo ha tallado como afilados cuchillos, convierten la pared en peligrosos muros grises y mortales. Allí, donde la collada deja de verse y los animales duermen su sueño de invierno, resisten apenas media docena de personas soñando despiertos con una primavera que sea
la última estación antes de la libertad.
Esperan sentados como cada atardecer por estas fechas. Agrupados en un chozo o en una covacha dejan pasar las horas y la vida entorno a un fuego. Ahora resulta imposible salir y es momento de charlas colmadas de silencios, frases nostálgicas y un cigarrillo
de liar o de
Ideales. Se les puede ver contraídos frente a la hoguera, siguiendo con la vista el tétrico baile que las sombras marcan en la pared bajo la luz del fuego. Permanecen inmóviles, asiendo una manta por encima de los hombros o mordiendo pan negro con una tajada de queso y escuchando a veces como la nieve, que está viva, se mueve fuera de la cueva o el chozo. El frío se filtra por la entrada, cubierta y camuflada, el viento silba y se extiende por cada rincón, incluso sobre la piedra helada donde alguno se recuesta entre toses y penumbra. Dependiendo de las zonas muchos de ellos también podrán dormir en pajares y casas de amigos y familiares, esos a los que llamaron
“los del llano”, la gente de barriadas y pueblos que los ayudaron aún a pesar de correr peligro su vida.
Mientras leemos esto, protegidos en la comodidad que nuestros medios nos proporcionan, seguimos manteniendo la percepción de encontrarnos ante las vidas, traspasadas al papel, de unos viejos románticos, figuras de leyenda que lejos de llevar una vida cómoda, sobrevivieron en una época doblemente dura por las circunstancias de postguerra y por las suyas propias, las de
huidos y perseguidos.
Los años han pasado pero el velo de desconocimiento sigue caído sobre este colectivo que por la propia naturaleza generacional va mermando y pronto serán puramente historia contada. Alias, apellidos o términos como los de Bedoya, Girón, Juanín, la AGLA o “los del llano” han quedado reducidos a libros especializados para un público determinado o algún reportaje periódico en los medios de comunicación. Tan solo algunas películas y un puñado de libros, unos novelados y otros no, se erigen como eje del recuerdo sin llegar a cumplir el objetivo de ser un reconocimiento debido por parte de nuestras generaciones. En este sentido cada cual debe observar su apartado de reconocimiento como debe serlo en el caso de figuras populares y colectivos políticos (incluyendo la realidad de aquellos -algunos aún vivos- que se colgaron medallas mientras los abandonaron a su suerte).
Quizás porque ha pasado demasiado tiempo y acaso porque nosotros enterramos nuestra historia en nuevas costumbres, apenas se tiene conocimiento de lo que fue la vida de los que durante demasiados años vivieron escondidos o en el monte. Historias tan reales como sorprendentes, tan tristes como injustas que se van disipando en la memoria popular a mayor ritmo que, incluso, durante el franquismo, en que fueron combatidos con una dureza inusitada, tachados de bandidos y torturados, tanto ellos como sus familias. Porque, no olvide el apreciado lector, que no hay peor muerte que ser olvidado.