domingo, 19 de julio de 2009

CON PLUMA AJENA: PEDRO DÁVILA VALVERDE

Me resulta especialmente gratificante contar en SAPERE AUDE con la colaboración de Pedro, un autor muy jóven del que espero que pronto comencemos a oir hablar en los ámbitos literarios y culturales.
Desde que le conocí percibí en él las claves que debe poseer un escritor de raza que necesita explotar, mostrar el propio fondo profundo sobre la poesía y los sentimientos, arraigados no se sabe bien en donde pero mas allá de alma. Con tal necesidad de burbujear en la superficie deja ver que la existencia de los sentimientos es innata con los seres humanos pero la capacidad para sentirlos va pareja solo con algunos, y Pedro es uno de ellos.
Un fuerte abrazo, querido amigo.
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Música para acompañar la lectura de "Si el principito viniera"
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Si el Principito viniera
Por: Pedro Dávila Valverde
Dicen que poseo los ojos más tristes y profundos que hayan conocido. Tal vez en ellos se vea un ápice del abismo al que de continuo miro de frente. Si miras mucho tiempo hacia el abismo, él te mirará a ti... o al menos eso decía Nietzche. Sólo puedo decir que la tristeza no es inherente a una mirada, nadie nace con esa expresión de extensa melancolía que inunda hasta los recovecos del silencio. Es más, dicen que la tristeza que los inunda es una bella tristeza, una melancolía reflexiva que evoca a cantar a vidas desgajadas y amores imposibles. Yo sólo puedo decir, al no poder ver nunca mis ojos, a los que los miren, a dónde siempre he mirado: siempre he mirado, enamorado, la belleza del Mundo, y siempre he vuelto la cabeza y nunca he encontrado a nadie a quien cantarla. Tal vez por ello mis ojos recuerden a una aurora o a un ocaso, que pese a tener siempre tanto público potencial, luego ¿quién se para a verlos?. Yo nunca he pedido un alma de poeta, yo nunca he pedido a la Soledad de lacerante compañera, yo nunca pedí sentir...y, sin embargo, sentir coarta mi libertad de no poder elegir desterrarla. Nunca pedí acariciar aire con las manos y sólo recibir el beso de la Soledad en el aire gélido tras mi ventana...¡si hasta la Soledad ya tiene el cuerpo voluptuoso de mi guitarra! Tal vez sea cierto, y tenga una mirada oscura y profunda, que os grita: "albergo un alma y estoy orgulloso de guardarla". Orgulloso sí, pero de tanto encerrarla ya me pesa hasta el aliento. Y es que hasta los que hoy dicen guardar la poesía están manchados de la hipocresía del concurso, el galardón y el currículum.
No quedan ya más oasis que el abismo y abrazarlo. La muerte de las cosas prístinas y puras, que he buscado incansable en mil detalles de la vida, por todo el mundo, en todas las cosas, en todos los gestos, parece un hecho irrefutable. Al menos de aquellas cuya autoría ostenta el hombre. Ya nadie se preocupa de que las cosas sean bellas, sólo son monocolor y huelen a imprenta de moneda y timbre. Sentir hace mucho tiempo fue sustituido por tener, y jugar por ganar. Así, ¿quién querría un Principito al que pintarle un cordero? Si hasta le intentarían vender una hipoteca si pasare por el banco. No creo que el Principito vuelva más a visitarnos. Espero al menos poder alcanzarlo en sueños, poder cerrar los ojos como cuando era pequeño y no era el único niño, y poder así imaginarlo donde está. No despertar nunca y poder ir con él de la mano a jugar con las estrellas, que las estrellas no son esas ígneas esferas que posicionamos en un remoto lugar, casi infinito. Las estrellas son las edelweiss celestes que en ramos crecen para poder jugar con ellas a soplarlas como con los dientes de león. Dará igual que despierte o no despierte, seguiré revelando un alma casi toda ausente, y es que hoy en día ya nada retiene a un poeta ligado a este Mundo. Espero, al menos, no ser de los últimos en extinguirme, que aún quedan tantas cosas tan bonitas... aunque nadie ya quiera oírlas y las cante en voz baja para mi soliloquiada alma. Espero que del Mundo se disfrute cuando sólo lo pueblen el sexo y el dinero. No estaré allí para verlo. Y aún sin estar, sé que siempre, y Bécquer lo decía, siempre habrá poesía.
No digáis que agotado su tesoro, de asuntos falta enmudeció la lira; podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía. (...)”
Gustavo Adolfo Bécquer, Rima IV