jueves, 21 de mayo de 2009

REFLEXIONES: LA PROFESIÓN DE ESPÍA

LA PROFESIÓN DE ESPÍA: SILENCIOS Y SOLEDADES Por Jorge E. Bermejo
(Fotografías: Wikipedia) (Dedicado a N.R., a su maravillosa familia y... a una "nueva", inquieta y paciente amiga...)
Tuve un gran amigo que logró dejarme huella, uno de los de verdad, uno al que apreciaba de corazón y al que respetaba sobremanera mientras absorbía como una esponja cualquier conversación, cualquier gesto... Tuve un amigo que lo pasó muy mal por correr demasiado en la vida, o quizás porque fue lo que le tocó vivir, aunque el paso del tiempo me demuestre que quizás esa era la lección más importante que deseaba enseñarme y yo no la aprendí. Recuerdo con absoluta nitidez, tal y como si hubieran ocurrido ayer, los largos paseos matinales por El Retiro, a veces en días de diario pero casi siempre en domingos por la mañana. Este pequeño matiz llamaba entonces poderosamente mi atención, su preferencia por los lugares abiertos, llenos de gente y a horas de multitud. Creo que fue entonces cuando comencé a equivocarme, la percepción falló al querer entender que aquello no era más que una acción refleja que soliviantaba la necesidad por apartarse de la soledad que yo intuía en su vida... ¡nada más equivocado!. Sencillamente era un jubilado de la Vieja Escuela. Nuestra amistad no venía de muchos años atrás pero las circunstancias que ambos compartimos durante unos meses muy duros, duros de verdad, fortaleció la excelente relación que a posteriori marcó nuestro trato. Aquellas fueron jornadas en las que el día resultaba igual que la noche y había momentos en que la paciencia se vendía cara por las esquinas. Siempre he pensado que ese período resultó ser la pieza que tanto nos unió, los acontecimientos de la vida forman extraños lazos. Demasiadas horas (que junto a él nunca lo eran) compartidas dejan un poso asentado en medio de tanta vanalidad. ¡Siempre tenía tema de conversación!... la arqueología en el Oriente Medio o la vida en aquella zona, la literatura contemporánea o los viajes, la política internacional o la de España... eran muchos los temas sobre los que atesoraba un profundo conocimiento que se reflejaba en los diálogos que manteníamos.
Finalmente todo ese residuo cuajó aquellas otras largas tardes en una cervecería de Argüelles, en Madrid. Entonces divagábamos sobre el mundo, yo desde mi perspectiva (de la vida) novicia e inquieta y él, extranjero, de Oriente Medio, desde la capacidad esquemática que proporcionan la experiencia o la propia existencia. Hora tras hora, conversación tras conversación me desgranaba (con ese acento tan particular pero a la vez tan hermoso) ejemplos de primera mano sobre cómo era la vida ahí fuera, como la veíamos nosotros y que debía conocer yo para crecer. Después, al irnos y (nunca lo olvidaré) de manera automática, observaba primero por los cristales hacia la calle, después salía y repartía miradas en derredor para acabar siempre caminando por calles en las que la dirección de los coches comunmente era contraria a nuestro rumbo. Efectivamente en más de una ocasión y bajo sus indicaciones pude comprobar cómo era un hombre al que controlaban sus pasos. De rato en rato era supuestamente su cojera la que hacía pararnos frente a algún escaparate y mientras yo esperaba me preguntaba... ¿porque se detiene frente a una tienda de moda femenina o frente a una farmacia o...? Sus viejas cuadernas marcadas por la edad y los sobresaltos le habían movido a través del mundo teniendo la oportunidad de conocer a mucha gente importante, de trabajar junto a ellos. Escucharle hablar significaba perder la noción del tiempo mientras yo acumulaba dudas y preguntas en mi mente a la espera de encontrar el momento para intervenir, a veces lo observaba entre silencios... estaba pensativo, con la mirada perdida bajo su porte de abuelo canoso, de persona entrada en edad que le dotaba de un efecto visual óptimo: apacible, entrañable, experimentado, respetuoso y siempre discreto. Poseía el extraño don de la permanente inquietud por el conocimiento. Deseaba seguir descubriendo cosas y así llegué a descubrir yo que (como dijo aquel) un espía jamás se jubila, nunca deja de serlo por muchos años que pasen. Día a día los lazos se reforzaban y durante el tiempo que ambos compartimos llegue a descubrir mundos que para mí quizás solo quedaban en las hojas de un libro o en las escenas de una película. Aún no he logrado percatarme de en qué momento cambió todo excepto nuestra amistad, sin embargo recuerdo el día en que comencé a preocuparme. En aquella ocasión, frente a mí no estaba mi buen amigo sino alguien devorado por la fenomenal intuición que poseía, a la cual sin quererlo había sobredimensionado aunque fuese la misma que a veces nos advierte de los peligros. Sin duda sentía como se apagaba, como ya no era más que una sombra que sentía la necesidad de hablarme tal cual lo hizo aquel día. Ante mi pasaban episodios de la historia contemporánea, protagonistas de fabulosos sucesos, realidades de diferentes lugares que no paran de sangrar. Justo delante había un hombre con demasiada vida que probablemente se consumía dolido por cómo ésta lo había tratado, consciente que se había adaptado como un camaleón a un nuevo entorno sin cerrar puertas del pasado, ocultando para siempre o hasta aquel instante, todo lo que deseaba olvidar. Sencillamente era un hombre triste que había vivido épocas de grandeza, que otrora fuese alguien y hoy no era más que un abuelo cuasi exiliado con las mismas necesidades que cualquier ser humano pero con una carga sentimental y de conocimientos como solo las grandes figuras que proceden de un mundo ajeno al del resto de los mortales pueden atesorar. Yo no corroboré todas las historias que me contaba, simplemente el tiempo lo demostró, sin embargo y en estas un servidor acabó aprendiendo la vieja técnica de los relatos en tercera persona, sean del singular o del plural... Recuerdo aquella mañana de café en que le pregunté por su aspecto cansino. Hacía un tiempo que me preocupaba e intentaba pasar el mayor tiempo posible junto a él. Con sus ojos clavados en mí comentó que no dormía bien, que se despertaba a menudo y permanecía así, en silencio, largo rato. Teníamos un lenguaje particular (que habíamos desarrollado involuntariamente a lo largo del tiempo) basado en determinadas frases y silencios, en palabras y miradas y en esos momentos lo desplegaba completamente para contarme pasajes de su vida en los que recordaba a la gente que había conocido. Me sorprendió tanto que lo hiciese de una forma directa, concreta y tan rica en datos que tardé un tiempo en percatarme que eso solo lo conoce alguien que ciertamente estuvo en los círculos más íntimos. Y así, entre silencios y cruces tristes de miradas que para él presagiaban la despedida, saltaba de tema en la conversación y pasaba a hablar de dolencias y males. La enfermedad que le comía era otro de sus grandes secretos, yo lo sabía pero entonces desconocía lo avanzada que se encontraba. Así pues, tras despedirnos me marché preocupado y sin atisbar la gravedad de su estado, mi mente estaba en otros asuntos, en pocos días debía viajar a varios sitios por motivos de trabajo y estimaba que no nos volveríamos a ver hasta mi vuelta, más de un mes después.
Durante el tiempo que transcurrió entre los viajes no pude contactar con él hasta aquella fatídica mañana en que yo regresaba de Cartagena y mi madre, que lo conocía, me comunicó que había muerto. Ella era consciente absolutamente de los fuertes lazos que nos unían, intuía que yo no debía encajar solo un golpe tan duro y en compañía de un buen amigo mío, uno de los mejores, ambos no se separaron de mi lado en aquella jornada de lágrimas. Después supe que, durante los últimos días de vida de mi amigo, sus familiares intentaron contactar conmigo... hoy ya no recuerdo si fue su esposa o su hijo quien me comentó que hasta el último suspiro preguntó por mi y que estuve en sus últimos pensamientos y eso... marca. Rompí a llorar como solo le he hecho en contadas ocasiones, salí a la calle, camine por El Retiro solo, me senté en la mesa que solíamos ocupar en la cervecería y bebí por un amigo. De alguna manera decidí dejar correr la vida para llevarle en mi memoria tal cual era. Tras aquella ocasión jamás he vuelto a ver a su familia, tan solo guardé algunas notas suyas, con su letra y un frío papel que me recordaba el lugar donde estaba enterrado. Los años llegan a "tapar" los sinsabores pero las cicatrices son marcas que permanecen para siempre y ahora lo recuerdo entre sonrisas, con esa mirada que tenía... lo veo sentado frente a mí contándome como, por ejemplo, en una ocasión salió de su país huyendo con su familia en un coche cargado hasta los topes... ¡de libros!. Dejó todo lo que tenía valor (que sin duda necesitaría para comenzar una nueva vida) por... libros y así se salvo cruzando la frontera. ¡Hubo tantas cosas que aprendí de él!... Desde entonces lo sencillo tiene más valor y los malos momentos no lo son tanto. Quizás también desde entonces he aprendido a encajar con buen humor el mal que otros me puedan provocar, a perseverar en el diálogo o dosificar la resistencia personal, a ser paciente con los que no lo son y en definitiva... a ser un poco más humano. Sinceramente, con el corazón agarrotado por los recuerdos que se agolpan ahora en mi cabeza, todavía, años después, me cuesta creer que se ha ido para siempre, más bien tengo la sensación que anda por esos mundos que tan magníficamente conocía viviendo alguna nueva aventura y que pronto volverá para contármelo. D.E.P.

miércoles, 20 de mayo de 2009

REFLEXIONES: ¿DONDE ACABAN LOS SUEÑOS?

¿DONDE ACABAN LOS SUEÑOS? Por Jorge E. Bermejo Le robé a las sombras unos gramos de oscuridad, y a la multitud pedí prestado un poco mas de soledad. Al grito le pedí silencio y calma a la ciudad [...]. Había un mapa imaginario, un libro sin final, el camino estaba ya trazado y algo nos impedía andar. No puedo recordar jamás como acaban los sueños, después de despertar se desvanecen y los pierdo. No puedo recordar jamás como acaban los sueños... Como acaban los sueños Jose Ignacio Lapido (Músico - 091)
Cuando el hombre está hambriento de optimismo rebaña hasta la saciedad sus recuerdos más amables falseando su estado por una necesidad, sencillamente se ausenta de su ego realista, pero... ¿donde y cuando deben acabar los sueños?.
El rumano Ion Tiriac dijo en una ocasión soy inteligente para saber cuándo soy un estúpido y yo me pregunto ¿sabemos cuándo nos convertimos en estúpidos imaginarios llenos de humo?, ¿cuál es el resultado objetivo que nos aportará ese humo?, ¿debemos poner tope al espíritu optimista que refleja un falso pero necesario estado de bienestar para el alma?. O por el contrario caemos en el optimismo desmedido apartando la contribución trascendental de la real inteligencia, esa que nos dicta las circunstancias del momento. El zenit que marca la diferencia siguen siendo, en mi opinión, la reflexión y la prudencia sobre las que cada cual marca sus límites y de las que jamás debemos renegar. De esta manera dejaremos como salvavidas y en un segundo plano otros factores como la mediación externa que será el resultado de nuestra imposibilidad por ordenarnos entre realidades y nostalgias, entre hechos y proyectos. Llegados a este punto en el que nos encontramos débiles entendemos y debemos ser conscientes que deberemos dar con una correcta diplomacia psicológica que nos reoriente y no aquella que aún nos pierda más entre tanta maraña mental.
Entre mis notas encontré una que me hizo meditar sobre ello...
Muchas noches necesito calmar mi mente disparada que, como la ansiedad de un enganchado, palpita a caballo de las mil ideas que rondan mi cabeza. Quizás únicamente sea la necesidad de organizarme, estar solo por unos instantes, salir a la noche por las calles de Madrid. Camino escudriñando mis pensamientos... ¿Cómo llegamos a ser lo que somos?, ¿qué me atrae del pasado?, ¿qué busco en las luces de mi ciudad cubierta de oscuridad y noche?. Las luces amarillas de la farolas, las rojas y blancas de los coches... los neones. ¿Porqué llegue tarde y mientras espero descubro que ya nunca llegaré?. Tengo una vieja foto sobre mi mesa, octubre del noventa y uno, ¡quince para dieciséis que van ya!. Tengo un viejo fantasma sobre un libro en mi mesa. Tengo una sensación dormida hace más de quince años y una calle mil veces pisada para que al ser pisada en la mil una, o mil dos o mil tres, quince años se despierten. Tengo una sensación que ahogar y un deseo que dejar morir. Pero... ¿Cómo llegamos a ser lo que somos?, ¿porqué el pasado no pasa si es pasado y regresa en el futuro?.

lunes, 18 de mayo de 2009

LIBROS E Hª: HOMENAJE AL ESCRITOR JULIO LLAMAZARES

AQUELLA PRIMERA VEZ Y SU LUNA DE LOBOS (ab imo pectore) Por JORGE E. BERMEJO
Quiero respetar el orden de la Historia, quiero decir que ni todo es bueno per se ni todo es malo en sus ciclos y por ello quiero expresar mi respeto al equilibrio y odiar los extremos. Los odio de forma pacífica, pero quiero seguir odiándolos. Quiero aprender de los protagonistas, de quienes lucharon por su propia supervivencia, los que no fueron actores principales por propia iniciativa sino porque se lo encontraron. Quiero saber de aquellos que merecen la pena aún pensando diferente. Quiero respetar y quiero aprender pues suficiente desgracia es llegar a una guerra por falta de entendimiento y peor aún cuando es civil.
Cierto día llego a mis manos un libro, el primero que leía de su autor y que logró desde el principio llamar la atención de este husmeador adolescente. Los protagonistas y la se encuadraban en un apartado profundamente denostado de nuestra historia. Recuerdo vagamente que me dispuse a conocer, al menos de manera aproximada, la cantidad de títulos que había editados sobre la Guerra Civil española. Consulté durante días diversa monografías, libros que recogían aspectos puntuales del conflicto, tales como una batalla o un suceso determinado y otros generalistas en su mayoría desarrollados cronológicamente. Después, dentro de su contexto, hice lo mismo con el período comprendido entre la postguerra y, aproximadamente el inicio de la década de los sesenta. Finalmente quede sorprendido por el reducido espacio de información al que quedaba reducido el fenómeno maquis (con perdón). Todavía era sencillo encontrar libros editados durante la dictadura, aún surgían fantasmas entre las estanterías de las librerías, ejemplares de títulos escritos por eso que pasó a llamarse nostálgicos del franquismo, del viejo régimen. Se observaba un progresivo cambio en el estilo de escribir y el vocabulario utilizado (recuerdo, por ejemplo, que el término "bandolero", utilizado comúnmente durante la dictadura dejó de utilizarse para sustituirlo por otros que en absoluto resultaban peyorativos) pero seguía dándose una pertinaz sequía de información relativa a los guerrilleros antifranquistas, ¡quizás todavía era demasiado pronto para conocer algo más!. Luna de lobos llegó a mis manos en un momento de inquietud intelectual especialmente remarcada y, debo reconocer que primero fue la trama la que me enganchó, pero ahora (pasados los años y leídos unos cuantos libros del autor) me declaro incondicional de él. El libro en cuestión gozó de cierto impacto al principio, incluso fue llevada al cine por Julio Sánchez Valdés. Recuerdo con especial ilusión la primera vez que lo leí. Devoraba las páginas -es un libro demasiado corto- sin mirar la hora y, con el valor añadido que aún no existía internet, consultaba de vez en cuando sobre lugares o sucesos a los que se hacen referencia en la obra. Por supuesto que la descriptiva de la escena y del entorno me cautivo, resultaba muy poderosa y me hizo recordar a Gore Vidal, otro maestro, logrando dar vida desde unas páginas a los aromas, las sensaciones o las propias fotografías mentales.
Entretanto buscaba cobijo en esos lugares por los que mi imaginación caminaba junto a los protagonistas también me alimentaba con la escritura de Julio Llamazares, tan sencilla entre la profundidad como rescatadora, tan nostálgica como transmisora... ¡demasiado difícil para explicar con tan poco tiempo!...
Desde aquella primera vez hasta hoy ese autor leonés que conocí por casualidad se ha convertido en alguien imprescindible durante las noches de invierno, las tardes de verano o las mañanas de la primavera rompiente de Madrid. Probablemente, sin aquella primera vez, hoy desconocería la profundidad que se esconde en cada una de las realidades de quienes vivieron una época de la historia que, aún quedando mucho por estudiar, parece que es pasto de la sobredimensión.
Así, desde aquellos años hasta hoy se han sucedido cientos de paseos entre jaras, entre casas derruidas y pueblos perdidos, estaciones de tren, montañas y rutas. He asistido a decenas de conversaciones, incluso con algún protagonista que me miraba con los ojos rojos y vidriosos logrando que aún transiten por mi mente esas imágenes al abrigo de un interés... ellos. ¿Quiénes fueron?, ¿cómo vivieron?...
Aunque hoy todo es diferente, en mi sigue latente aquella pasión por el conocimiento entorno a los maquis (denominación que no es del gusto de todos, por cierto). El paso de los años, la investigación, los libros o las nuevas formas de comunicación han transformado la primera imagen romántica por aquella mucho más dura que se esconde en la profunda y a veces maldita realidad... poco de romántico y mucho de sufrimiento para alcanzar la supervivencia. Poco de medios y mucho de penalidades por nada. De romántico, quizás solo quede el ideal generalmente común de pelear por algo que creían posible cambiar. También con el tiempo descubrí que, como a muchas otras personas, fue él, Llamazares, don Julio, uno de los que despertaron las conciencias, el que promovió un estadio desconocido en la España reciente, oculta durante años por la maquinaria de Franco y olvidada tras la Transición. Después vinieron muchos pero creo que él fue el primero, y todo... por un tal Casimiro que le inspiró, que ocupaba su mente juvenil con sus correrías. En mi modesta opinión, sin duda que al margen de los homenajes oficiales, los guerrilleros antifranquistas, los huidos, le deben a Julio Llamazares mas de lo que aparenta y de recibo será que algún día aquellos que mantienen viva la llama se lo reconozcan.
Entre mis notas encuentro un cruce de referencias antiguas sobre algo que escribí hace algún tiempo... "Es verano, las moscas sestean sobre un mantel lleno de migas. La calima y la tarde se cuelan por doquier con aplomo y sin llamar, entran por la puerta de la terraza aún luciendo cortina. El mundo parece estar detenido, no hay noticias relevantes. Es tarde de agosto en Madrid, ese Madrid con su cielo que tanto aprecia Julio Llamazares, y abajo, en el jardín, el amor de verano se abre paso entre dos novicios que no pasan de los veinte". Algunas páginas después leo: "[...] pero hoy ya es otoño, hoy hace día de esos que nos describe tan maravillosamente el maestro Llamazares, hoy huele a pueblo recio y leonés, a madera quemada, a humo blanco de tajo aún fresco por las últimas lluvias, a cencerro lejano y soledad. Hoy es gris, sopla fuerte y silba en mi Casa del Viento haciendo temblar la luz de las velas asustadas".
Ab imo pectore... maestro!

domingo, 17 de mayo de 2009

REFLEXIONES: NAVEGANDO AL AMANECER...

MISCELÁNEA: NAVEGANDO AL AMANECER... (Autor: JORGE E. BERMEJO cedido al Grupo de Facebook "LA SULTANA, BAR Y MAR. Diciembre de 2008) Dedicado a aquellos que conocí, aquellos que ya no están, aquellos que amaron la mar tanto como la amo yo... dedicado a los que se marcharon haciendo lo que deseaban, tranquilos, en silencio, discretamente, escuchando la nada en el Gran azul... Dedicado a los marinos, que en los malos días del invierno, tras el cristal de una ventana, miran a la mar sin saber si saldrán... y, si salen... ¡si volverán! Dedicado a lo sencillo...
Navegando al amanecer te invade la soledad. La monotonía me devuelve a la memoria recuerdos de tierra que me hacen sonreír. Conversaciones mundanas, charlas de bar sin sentido en aquel momento... -¿qué es la lujuria para ti?-... me preguntaron en cierta ocasión, pero la perplejidad no me dejó contestar, quizás llevábamos tantos rones caribeños que no podía ni hablar. Ahora, aquí, puedo comprender las diferencias entre las respuestas de un oficinista o las de un marino... con ambos estaba!. El mundo en el que habitas se transforma absolutamente desde la perspectiva de un puente de mando devorado por la bruma. Necesito desentumecer los músculos por un momento, pasear y pensar... Efectivamente la vida cambia al amanecer. Helado, húmedo, me agazapo apoyado sobre un armario de cartas y espero... ¡espero!, ¡más todavía!. Aún me sabe a orujo el groj de la taza que sostiene mi mano. Los dedos que la sujetan tiemblan levemente y sus yemas están frías. En los camarotes casi todos duermen pero yo permanezco despierto y al fin me decido a caminar por la cubierta del barco. Desde la popa intuyo gente moviéndose por la amura de estribor. Todavía brumea, la bruma es densa y apenas se percibe donde está la costa cartagenera... Aún es temprano, desde anoche no he vuelto a hablar con nadie, no sé exactamente nuestra posición, pero deberíamos dejar a la vista la Batería de Castillitos. Oigo la mar, que quiere espabilarme mientras me acuna. Sé que no me hará mal, hoy no. Si bien el día, inexorable, va ganando la partida y abriendo poco a poco, confío tanto en ella, en mi mar, que aunque apenas veo unos metros en la distancia, aunque estoy ciego más allá del barco, sé que no me hará nada. Al final, los primeros rayos de sol logran penetrar entre la niebla. Son como un despertador que azuza a todos, ya se escuchan toses, maldiciones al frío y algunos buenosdías por el barco. En ese instante decido que es momento de regresar a la realidad, de bajar en busca del gran premio: un café con leche bien caliente al que abarcar, humeante tesoro aromático, suave, lento, que sale del vaso y en el que posar la mirada cansada por más de media noche en vela. Todo sueño fantasioso se reduce en esos momentos, a acurrucarte con tu café en la silla de la camareta-comedor, embutido en el abrigo, para sentir el calor de nuevo. Ahora, querido amigo... pregúntame que es lujuria para mí... Eso es lujuria en ese momento!.