MADRID DE VILLANÍAS Y NOBLEZAS
Por: Jorge E. Bermejo
...A Sonia, sencillamente por todo... ¡gracias!
Resulta que es cierto que soy un villano, chamberilero de Madrid a mucha honra y animal aunque no Gato. Reconozco a ciencia cierta que esto último no lo soy, pues el diestro felino huiría por los túneles del Metro en lugar de soportar sus huelgas desproporcionadas y fuera de lugar. En cualquier caso eso no me resta posibilidad alguna para compartir la identidad matritense con la de esa España nuestra, de los que queremos, y por extensión de un mundo cambiante que no deja de sorprender a propios y extraños.
¡Pues sí que es cierto que soy villano!, aunque la deformación transformase un día en peyorativa una denominación con la que nacemos los de aquí. Y resulta que también me siento orgulloso de serlo teniendo en cuenta, además, que es de lo poco tradicional (en comparación con su riqueza popular) que quedará en mi ciudad a este paso. Y es que este Madrid ¡es mucho Madrid!, tanto que a veces sufre presiones para hacer olvidar de donde procede y, ni con estas, se podrá extirpar la grandeza de ser territorio amplio de memoria y acogida, de historia, vida y costumbrismo permanente, de literatura y protagonismo en ocasiones inmerecido. Recordando a Agustín de Foxá, este lugar sigue siendo afortunadamente Corte y afortunadamente también ya no es checa sino cittá aperta para quien deseé venir y establecerse o pasar, pero siempre con respeto y correcta ciudadanía, tanto incluso como la que deben buscar los que creen quererla in absentia.
Sin embargo, querido amigo lector, el Foro es en estos días un reflejo que se mira a la luz de la luna llena en el espejo del Manzanares, nuestro río tan chulo como el que más porque pretende estar a la altura de la Villa que atraviesa, pero ni él, cuajado de obras como está, se libra de la afirmación maniquea que nos atribuye ser la ciudad que nunca duerme, que siempre permanece levantada... entre zanjas y remates. ¡Aún con todo ello, ahora se viste de entrañable tradición y se sabe protagonista de la evolución capitalina!.
De esta manera, disipada en la bruma del blanco y negro, quedan en él para siempre las reuniones de lavanderas, contándose chismes de modistillas resabiadas y chisperos de Cuatro Caminos, o los tendederos para secar la ropa al sol cerca del Puente de Segovia, en sus riberas y bajo la atenta e inexpugnable mirada de la Catedral de La Almudena, que llora porque no acaba de ser aceptada como epicentro litúrgico para los madrileños más ortodoxos. Son los que siguen mirando de reojo y desde la añoranza a la popular Colegiata de San Isidro (antigua catedral), que en estos días cede su protagonismo a la iglesia por excelencia del quince de agosto: La de La Paloma. Durante esa fecha muchos castizos y otros que no lo son tanto, vitorean, se emocionan y lloran mientras ven a los bomberos (de tregua en sus coloridas protestas contra el alcalde) descolgar el cuadro de la Virgen que los tutela, la suya, la de su advocación.
Pensando en esto me niego a olvidar ese Madrid de tridiciones, teñido (como he mencionado) en tonos costumbristas e incluso tan romántico como relatase don Ramón de Mesonero Romanos allá por el XIX. Ahora, creo, aquellos espacios que vibraban con los chotis y la verbenas se van reduciendo absorbidos a golpe de fritanga cara en negocios desproporcionados, macarreo y organización artificial, de manera que si el propio Agustín Lara levantase la cabeza se quedaría perplejo y sin inspiración para cantarnos.
Madrid debe ser relevante por la importancia de lo que ofrece y por lo que sus ciudadanos hacen, pero estos días, y me temo que los próximos meses, será noticia por temas que nunca deberían ser protagonistas en una ciudad... las luchas intestinas de quienes la quieren manejar a un antojo distante en demasía de aquello que los madrileños pedimos: Trabajo, pan y paz.
El socialismo madrileño, débil y podrido hasta el tuétano como reflejo de su realidad nacional, se gangrena sin remedio, y el agotado Gallardonismo, que desea envejecer aferrado al sillón del Consistorio, se frota las manos calculando el tamaño de su rodillo cocinero para aplastar las voces que piden un cambio. En estas, lector amable, bien ilustraría tal situación la anécdota que le sucedió a La Chata, la Infanta de España -tan querida por los madrileños de la época-, y así, entre unos y otros solamente me queda por decir en este asunto que... ¡Madrid!... entre flor y rosa su majestad... ¡es-coja!. Por eso no es baladí mencionarlo, ya que observando la locura que se avecina en la capital percibo que todo esto es, más bien, cuestión de hastío y no de agallas (como las que tuvo la florista de marras con la Infanta), pues muchas veces bien se sabe que para preparar un buen caldo de pescado precisamente hay que quitarle a la cabeza del pez esta parte mencionada antes de echarla al puchero.
En el deseo de no transmitir música para las penas ni letanías lejanas de lluvia ácida, que por naturaleza suelen ser melancólicas, merece contar que hoy caminé al anochecer desde el Templo de Debod (donde el visitante podrá deleitarse en la balconada, que abarca con la vista más allá del Parque de Atracciones, con un romántico juego de luces que regala el ocaso hacia la Casa de Campo) hasta el Palacio Real, y de ahí hasta el callejón de San Ginés. En su vieja y entrañable librería de madera, que supervive en el tiempo como un dinosaurio cultural, he descansado el camino antes de zambullirme en la bulliciosa calle Arenal, que pasa por ser de todo menos aburrida. Resulta ser una mixtura de recuerdos contrapuestos donde murieron toreros y nacieron ratones que aún regalan dinero a los niños cuando se les cae un diente. Si el paseante con la imprescindible condición de no mirar el reloj, observa los primeros pisos de las fachadas podrá confirmar cuanto digo. Esta calle es un ejemplo de ese Madrid que es tan diverso como entrañable y alegre, pero también convulso, a veces reaccionario, siempre paciente y en ocasiones desentendido. Quizás por eso esta Villa y Corte ha sido y es el refugio más amable de mis penas y mis alegrias, aunque no el único. Solamente hay que saber buscar un buen sitio, acorde con el momento.
Definitivamente nuestro Magerit es un lagarto al sol que está mudando la piel una y otra vez como fiel reflejo de diversos factores surgidos de las nuevas necesidades, y resulta que el actual gobierno municipal, paralizado y endeudado, no es la mejor vitamina, como no lo es la principal oposición que, mediante el todo vale que nos llevan demostrando desde siempre, desea entrar a cualquier precio en la capital, que se resiste a su zarpazo desde hace muchisimos años.
Yo, por mi parte, ya he abierto los ojos pudiendo mirar a la lejanía del futuro, a ese cielo azul que es tan forero como el dicho popular (¡de Madrid al cielo!).
Aquí, donde casi nada es lo que se espera, el tiempo no transcurre o lo hace demasiado rápido, según deseé el propio interesado, y ahora en este amanecer de tonos magentas, sopla fuerte el viento que huele tanto a nardos como a claveles frescos, a tierra mojada y aires limpios de la Sierra de Guadarrama, y en mi camino azuza con fiereza el castizo estío que regresa un año más vestido de chulapo para refrescar entre piropos, limonadas y sangrías a la emperatríz de Lavapies, la cual y a buen seguro, estará en alguna corrala contando chismes madrileñisimos a La Casta o La Susana, mientras todas ellas se protegen del relente apañándose su mantón que vale demasiado parné.
En esta escena tan de aquí no falta don Hilarión, que las espera poniendo velas a su patrona, Paloma, la madrileña, que no llega nunca sin que Lorenzo y Cayetano lo hayan hecho antes. Y siempre es así porque cuentan las malas lenguas que son celosos de los que se echan a la calle para gritar... Guapa, guapa y guapa al paso de una Señora que pisa los pétalos de aquellos claveles reventones, rojos y blancos -muy colchoneros aunque uno sea merengue- tan propios del uniforme castizo. Si el paseante se fija podrá ver que entre el bullicio se han colado Mari Pepa y su Felipe, estirados como pocos, cameladores como ninguno, paseando su guapería entre olores de refrito y vísceras... entresijo y gallinejas, y griterío de barquilleros que invitan a mocillas y soldadesca para que prueben la suerte del barquillo en la rueda...
¡Al rico barquillo de canela para el nene y la nena!,
son de coco y valen poco, son de manta y alimentan.
De vainilla.... ¡que maravilla!, y de limón que ricos, que ricos que son!...
Así, a golpe de memoria recobrada y tradición, pienso en este Madrid tan nuestro, pero también de aquellos que aún están por venir y crecerán aquí como lo hace la Gran Urbe para extenderse naturalmente en lo que antes no eran ni arrabales y ahora son fases de promoción urbanística. Aquí sabemos algo de la construcción, después de la burbuja económica queda explicar que nuestro chotis se baila sobre un ladrillo mucho antes que surgiesen los aprovechados del pelotazo. Y pienso en esta ciudad -una inmensa corrala-, que debe mirar a sus vecinos y dar motivos para seguir en ella, en correcta convivencia, y en sus inmensas posibilidades para el siglo XXI, porque no es bueno estar desavenidos sino trabajar en UNIÓN, ni mucho menos que la ciudad siga sufriendo un gobierno con mayoría absoluta que aprovecha su posición predominante. Es imprescindible esa tercera fuerza que intermedie en la capital y apoye el PROGRESO matritense en su conjunto, pero no se venda a los cantos de sirena sino que actúe como muchos madrileños (cada vez más) deseamos para que todos juntos caminemos en convivencia y DEMOCRACIA.
¡Lo merece Madrid!, ¡claro que sí!.