sábado, 3 de octubre de 2009

VIAJES: MI MEMORIA EN BERBERÍA (I)

UN VIAJE PARA EL RECUERDO (I) Por: Jorge E. Bermejo. (Son cuatro capítulos) A Sonia, Silvia, Nuria, Javi y Carlos, una tripulación "Master & Commander", con todo mi cariño. A nuestro bajel pirata "La Sultana", "en todo el BAR conocido, del uno al otro confín". A los nuevos y (a buen seguro) favorables vientos que han de llegar...
Música recomendada para seguir la lectura de "Mi memoria en...
BSO "EL SEÑOR DE LOS ANILLOS
LOVING YOU - LIGHT OF AIDAN FT. - NOTE FOR A CHILD
ZUEL - OLAS DE SAL
Cada historia tiene su momento para ser vivida y para ser escrita, pero siempre puede ser el momento para ser recordada…
PRIMEROS SENTIMIENTOS: LA MAR
La memoria del hombre es caprichosa, como lo son las olas del mar o las nubes en el cielo. Por eso he intentando desarrollar una fantástica vivencia colectiva frente a un papel blanco que, aunque siempre se resiste, con el tiempo se tornara en recuerdo para cada uno de los que estuvimos allí. No deseo ahora decir fechas porque codicio que el recuerdo sea fresco e intemporal, como ese mar o el viento que percibo en cada momento de la evocación. ¡Quiero recordar tierra de Berbería!, volver a sentir los mortecinos rayos de un atardecer de estío que nuevamente llegan hasta mi. En estas mi siempre amada y etérea... quizás lo que más he querido, el mar, la mar que declamase Alberti, me acompaña entre susurros como viene haciéndolo desde hace más de veinte años... Pacientemente, sin molestar, siempre presente de alguna forma y ahora más aún porque la recuerdo bajo mis pies, abriéndose hacia la lejanía tan inmensa como espectacular. Mientras la observo siento los párpados pesados y una bruma que se cierne sobre mis ojos hasta que la fatiga me hunde en un sueño frente a ella y al atardecer. De nuevo está ahí, aunque nunca se alejó demasiado, como una madre que cuida de su pequeño, y al fin así es la mar. Aunque mis ojos permanecen cerrados aún la percibo cerca, detenida y pacífica, rozándose suavemente con el mundo exterior como la piel que roza al amado en una caricia. Con el tiempo he aprendido a observarla, a comprenderla para poder disfrutar de ella como un vino excelente... con cuerpo, en cada sorbo, con cada aroma, de diferentes colores pero siempre de una forma incomparable a los demás y así es como la tengo grabada en mi memoria. Quien escribe para contar algo grita auxilio desde cada trazo que plasma y esa es su forma de expresarlo. Mientras escribo esto reconozco su ausencia y quizás necesito de ella. Para mí, no sentirla cerca es estar muerto en vida porque yo nací cuando la conocí y debo morir junto a su vera, y si no la siento no quiero vivir más. Si ella no está, mi alma cierra los ojos del corazón y huye en su busca, anhela sentirla cerca y sé que la he encontrado cuando en sueños también encuentro la paz. Quizás este sea el momento de inflexión, el Shangri-La del espíritu, cuando la paz interior es tan potente como la exterior y al fin todo es armonía.
El día dos iniciamos la singladura. Habíamos quedado en el Club Náutico de Ibiza con Carlos, querido amigo y capitán. Al acceder al Club nuestros cansados cuerpos comenzaron a asimilar el entorno marinero. Saltábamos como por arte de magia desde la gran urbe del “todo a mano” al prefacio del mundo en el que “no se debe necesitar casi nada”. Antes de embarcar debíamos reponer fuerzas. En el propio Club disfrutamos todos juntos de un fantástico gazpacho de sandía y un pesado arroz negro poco propio para estas galeradas. Así, en aquella terraza con vistas a los pantalanes deportivos, mi mente comenzó a elucubrar. El viaje con destino a la imaginación de un niño despegaba puntual, y digo bien porque es cierto que nadie que no conserve al menos un ápice de niñez, de infantil imaginación e inocencia, puede vivir a fondo lo que vivimos aquel agosto. Probablemente, el secreto de una aventura perfecta es la sabia combinación de los Egos... el ego adulto marca la seriedad y la profesionalidad -el buen rumbo sin novedades-, pero el ego infantil, aquel que permanece en continuo peligro de extinción según nos hacemos adultos, ve batallas donde quizás las hubo, ve debajo del mar sin sumergirse, otea el horizonte buscando galeras y explora cada centímetro de su entorno esperando descubrir cualquier tesoro. Y cualquier tesoro es lo que acopia, ya que solo aquel que vea el cielo, el mar y la tierra con los ojos de un niño verá tras cada estela de espuma o en cualquier islote un tesoro del que solo él conoce su valor y que tan solo a él le espera el privilegio de guardarlo, y, mientras mira al atardecer en el mar deja que su mente invente lo que el mundo le prohibió. En estas, cada noche se duerme dentro de un diminuto camarote, que a media noche se carga de calor, esperando que las vivencias se transformen en una aventura mientras, a través del ojo de buey, la luna y las estrellas, el cielo más puro que podamos imaginar, nos acuna y nos duerme entre bamboleos consonantes del casco. Quizás a otros no les dé tiempo para asimilar tanta información que se percibe, pero a mí sí porque alimento esa mirada de niño y tengo aquella cajita de tesoros que lleno cada día y que al cerrar los ojos cierro también bajo mil llaves.

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