Ya no quedan muchos trenes de aquellos... libremente sentimentales. La vida los difumina y apenas van resistiendo tan pocos como las dudas en mi profundidad. Todavía pasa alguno de ellos y yo lo espero con la puerta abierta para que sepa que existen más lugares en el futuro a los que permitir llegar con la maleta de la pasión.
Al tiempo, sentado y en silencio, me convencí que también todo pasa como lo hace el paisaje fuera, como lo hacen los pocos y viejos convoyes renqueantes, cargados, necesitados de reforma, pero la inteligencia nos permite retener en ocasiones todo lo que ellos nos marcan, o exhala señales, como el humo o los pitidos, que nos despiertan suficientemente como para dilucidar que hay grises con tanto color que enamoran como hay colores alegres que vuelven gris nuestro caminar.
Y así, inexorable, también nos envuelve el silencio de la noche mientras esperamos, ese mismo que trae más luces y más sombras y que resulta ser tan sencillo como un tren, tanto como la soledad buscada y puntual. Por eso y porque todo ello es liviano pero necesario encuentras en tu silencio, en tu soledad, una marca comparativa mientras escribes lo que necesitas expresar y te das cuenta que un sencillo ordenador, por ejemplo, recuerda al complicado laberinto de nuestras cabezas. A veces ese compañero que traduce tus pensamientos también necesita ser reseteado, como la memoria, el cuerpo o la propia persona... todo es cuestión de resistencia, de adaptación a las luces y las sombras, la soledad y la noche o al día y los vagones atestados. Tan solo es cuestión de "cortar los hilos y lanzarse al vacío", y esto no es mío, alguien me lo ha dicho en una de esas soledades. Sospecho que es alguien que viajaba de esa manera, alguien que estaba en una estación del recorrido, alguien que lo probó en alguna ocasión y habla desde la experiencia.
Y entonces reflexiono, como siempre se debe hacer aunque sea contradictorio con los saltos a la nada, y veo amanecer fuera mientras mi vagón sigue oscuro. Entonces deseo respirar y ver esa luz, reciclar el oxígeno sin andamios ni sujeciones, sin hilos y con vacio. Entonces el viajero descubre que todo esto no es una chifladura sino una necesidad que todos sentimos alguna vez en la vida... dejarse caer al vacío sin saber si debajo hay dos metros o doscientos.
Al final, si el viajero se para a pensar descubre que todos lo somos de alguna manera porque todos necesitamos hacerlo, y la luz se apaga después de esperar demasiados parpadeos a que el vagón se ilumine. Sin ninguna referencia es momento de levantarse para salir de la oscuridad, asustado, palpando y tropezando cien veces hasta llegar a la puerta, a la luz del amanecer, al reseteo de mi ordenador, al silencio buscado y al salto sin hilos.
Es cuestión de paciencia y tiempo encontrar una estación...
