miércoles, 10 de junio de 2009

REFLEXIONES: LUCES, SOMBRAS, TRENES Y ESTACIONES

LUCES, SOMBRAS, TRENES Y ESTACIONES Por: Jorge E. Bermejo
Las luces y las sombras son vagones de tren en los que la vida te traslada por la vía de la experiencia. A veces el viajero se encuentra solo en ellos y otras va tan atestado que apenas puede respirar. Un tren es eso... experiencia y vida. Hay paradas en las que te apeas para quedarte y otras tan solo valen para relajar el cuerpo entumecido aunque pases detenido hasta una noche entera. Una noche larga o corta que no debes perder como el sueño desaprovechado, sino usarlo de cofre para atesorar lo vivido, un espacio en el que ordenarte con cada silencio y en cada segundo y así retomar el viaje con ánimos y fuerzas suficientes como para que resistan el traqueteo hasta la última estación. Esto es otra forma de pureza sin límites de reutilización, sea cual sea esa estación, hasta dar con la que resulte ser tu destino... si antes has comprado un billete completo que te permita hacer el trayecto libremente. Eso lo debe limitar el viajero cuando, una y otra vez, decide acercarse hasta la taquilla... una y otra vez hasta que encuentra lo que busca. Aquella mañana mi tren viajaba al norte, pero igualmente podía haber sido uno que fuese hacia la bahía que sigue en mis sueños, la ciudad gris pero coloreada de casi siempre, justo al otro lado de donde vez me dirigía en esta ocasión. Mientras pasaba el tiempo una percepción que quería abrirse hueco en mi cabeza me decía que no sería el primero ni seguramente el más importante viaje... que tan solo era el principio. La mañana de la que hablo quería abrirse tanto como mi mente, sin mal pero inexorable. Y así lo hacía entre los árboles y por los llanos, dejándome ver las extensiones planas que me traían esas luces de necesidad mezcladas con hermosos verdes y yo me perdía al compás de tren, lleno de ilusión y con la certeza que el lugar al que me dirigía quería presentarse ante mí como una vez lo hizo otro igual de hermoso pero completamente diferente. Estaba seguro que podía compartir sentimientos sin que ninguno de ellos sintiese celos de colegial y así fundía mi imaginación entre burbujeos de impaciencia que calentaban mi cara y mis manos como el sol primerizo lo hacía ahora a través de los cristales.
Ya no quedan muchos trenes de aquellos... libremente sentimentales. La vida los difumina y apenas van resistiendo tan pocos como las dudas en mi profundidad. Todavía pasa alguno de ellos y yo lo espero con la puerta abierta para que sepa que existen más lugares en el futuro a los que permitir llegar con la maleta de la pasión. Al tiempo, sentado y en silencio, me convencí que también todo pasa como lo hace el paisaje fuera, como lo hacen los pocos y viejos convoyes renqueantes, cargados, necesitados de reforma, pero la inteligencia nos permite retener en ocasiones todo lo que ellos nos marcan, o exhala señales, como el humo o los pitidos, que nos despiertan suficientemente como para dilucidar que hay grises con tanto color que enamoran como hay colores alegres que vuelven gris nuestro caminar. Y así, inexorable, también nos envuelve el silencio de la noche mientras esperamos, ese mismo que trae más luces y más sombras y que resulta ser tan sencillo como un tren, tanto como la soledad buscada y puntual. Por eso y porque todo ello es liviano pero necesario encuentras en tu silencio, en tu soledad, una marca comparativa mientras escribes lo que necesitas expresar y te das cuenta que un sencillo ordenador, por ejemplo, recuerda al complicado laberinto de nuestras cabezas. A veces ese compañero que traduce tus pensamientos también necesita ser reseteado, como la memoria, el cuerpo o la propia persona... todo es cuestión de resistencia, de adaptación a las luces y las sombras, la soledad y la noche o al día y los vagones atestados. Tan solo es cuestión de "cortar los hilos y lanzarse al vacío", y esto no es mío, alguien me lo ha dicho en una de esas soledades. Sospecho que es alguien que viajaba de esa manera, alguien que estaba en una estación del recorrido, alguien que lo probó en alguna ocasión y habla desde la experiencia. Y entonces reflexiono, como siempre se debe hacer aunque sea contradictorio con los saltos a la nada, y veo amanecer fuera mientras mi vagón sigue oscuro. Entonces deseo respirar y ver esa luz, reciclar el oxígeno sin andamios ni sujeciones, sin hilos y con vacio. Entonces el viajero descubre que todo esto no es una chifladura sino una necesidad que todos sentimos alguna vez en la vida... dejarse caer al vacío sin saber si debajo hay dos metros o doscientos. Al final, si el viajero se para a pensar descubre que todos lo somos de alguna manera porque todos necesitamos hacerlo, y la luz se apaga después de esperar demasiados parpadeos a que el vagón se ilumine. Sin ninguna referencia es momento de levantarse para salir de la oscuridad, asustado, palpando y tropezando cien veces hasta llegar a la puerta, a la luz del amanecer, al reseteo de mi ordenador, al silencio buscado y al salto sin hilos. Es cuestión de paciencia y tiempo encontrar una estación...