jueves, 30 de abril de 2009

REFLEXIONES: RENACER EN LOS BOSQUES

Una vez más me acuerdo de demasiada gente al escribir esto, pero quiero hacer una dedicatoria especial para SILVIA, por su amistad, a SAMUEL, LIDYA y JAIME, porque los quiero un montón, a KINO por su alegria , a SONIA, por su paciencia, a JAVI SÁNCHEZ, por su cumpleaños (y su amistad también) y a INÉS por su fidelidad lectora y... porque demuestra que con tesón los sueños se consiguen.... ¡No solo de política vive el hombre!.
RENACER EN LOS BOSQUES Por: JORGE E. BERMEJO
Quien no se ha escondido en un bosque alguna vez no tiene vida ni memoria. Aquel que no lo ha hecho aunque sea en el de su memoria... ¿que ha vivido para enseñarnos?. El soldado que no deambula por el bosque de sus dudas no es caballero de armas ni ha aprendido de la guerra. No puede tener piedad ni ha descubierto los sentimientos. Pero... ¿y quién no se ha sentado a llorar en soledad en su bosque?, ¿y que es de los que no están dentro de nosotros?, ¿acaso no valen igual?. Los bosques profundos son lugares perfectos para esconderse, herméticos al resto del mundo. Sus laberínticos senderos cuajados de arbustos y toda suerte de matorrales dan refugio al que huye y los abigarrados árboles regalan sombra y frescor en verano o madera para el fuego que nos calienta en invierno. Mientras te adentras en ellos todo permanece inmóvil y sin embargo están rebosantes de vida, de espectros que nos darán aliento. Tan solo las ramas se mecen a empujones por viento que se filtra y corretea entre la alfombra verde de musgos y marrón de hojarasca reseca. El suelo está tan blando por la humedad que los cascos de los caballos heridos se hunden soportando el peso de sus jinetes. Entre gorjeos y sonoros picotazos de carpinteros triturando las cortezas, entre ramas que se rozan como caricias de amados, van al paso los caballos reventados por el peso de las corazas, con sus caballeros también heridos tras la batalla. No huyen sino que buscan el reposo en los bosques secretos, apartados lugares donde descansar y reponerse de tanta guerra, de tanta magulladura que no cura, de tanto señor que hace batalla desde las alcobas de su castillo y no desde el campo donde se cruzan las armas. Algún zorro escondido les sigue con la mirada y corretea al refugio de la frondosidad vestida de otoño, que es como debe lucir para estar hermosa. Relinchan y escupen vaho de sangre, avanzan sin saber adónde, sin mirar atrás para ver que algunos, los más atrasados, van poniendo pie en tierra, muertos o desangrados, sin ayuda... ya no importa lo que hiciesen en la batalla ni tienen sentido sus gestas cuando son moribundos. ¡Solo los fuertes importan!, solo los que mañana podrán volver a la lucha... Tienen los bosques demasiados secretos que ocultar, al menos uno por cada uno de nosotros, y siempre hay sitio para muchos más. Una y otra vez regresamos allí de manera inconsciente porque sabemos que jamás nos traicionarán contando lo que deseamos ocultar, y así, se convierten en confesionarios sin celosía, en plañidero refugio de nuestras amargas lágrimas. O son también el hogar de nuestro pasado, el cofre de nuestra nostalgia, la llave que guarda impoluta la memoria de nuestra niñez. Y así, sentados junto al arroyo que todo bosque debe esconder, miramos el espejo del agua donde se refleja lo que fuimos y ya no somos y después, cuando las lágrimas de la nostalgia nos ciegan los ojos alzamos la vista al cielo, si se ve, o a las copas de los árboles para buscar lo que desde ese momento pretendemos ser. Son los bosques pues, médicos del alma donde ver la vida pasar en un instante al abrazo de verdes y ocres, de frescor y soledad... de espacio de libertad donde acudir permanentemente para encontrarnos a nosotros mismos, desnudos, sin engaños, en silencio, con tiempo... con todo el tiempo del mundo... El valor de su secreta medicina se multiplica si hemos tenido que atravesar campos y ascender laderas, si llevamos poca agua en las cantimploras o es tan recóndito como lejano, si en el camino nos invade la inquietud y el miedo, si cae la noche antes de llegar o sencillamente nos apresuramos para caer derrotados con el último suspiro antes de ese anochecer. Así cobra significado el descanso del guerrero y sirve para valorar lo que hemos conseguido tras un camino tan tortuoso, y... si no valoramos el reposo y la quietud que hemos obtenido bajo las copas de sus árboles es que el bosque... no estaba tan lejos. Pero en estas nunca olvida el caballero de armas que los bosques crecen regados por la sangre de nuestras penas.