lunes, 25 de octubre de 2010

CRÓNICA DE UNA JORNADA ELECTORAL (I)

INICIANDO EL SUEÑO MADRILEÑO…
Por: Jorge E. Bermejo

Dedicado a los familiares y cercanos de aquellos que un día entraron en este maravilloso, dedicado y absorbente mundo de la política. A los que están o estuvieron ejerciendo de consortes. Conozco su resistencia silenciosa. Para una persona en especial… pero eso… es cosa mía.
Dedicado a todos los que han colaborado en la Campaña de primarias de UPyD y a los que creen en un sueño.


Traducir al idioma de la calle lo que son unas primarias sin avales es un ejercicio que puede traducirse en la posibilidad existente para que cualquier ciudadano-afiliado, en condiciones normales-legales y sin necesidad de presentarse de la mano corporativa de nadie, pueda participar como candidato para ser elegido en el proceso correspondiente de cara a la futura representación de un colectivo.

El sábado participé voluntariamente en la inolvidable y larga jornada de elecciones internas de UPyD en Madrid. Por ello, sin ánimo de ofender sino más bien de concienciar, me he sentado frente al teclado para dejar testimonio no solo de una forma más de colaboración, sino de un día de emociones precedido de una interesante campaña electoral. Es una más, pero tan particular para ser recordada como todas aquellas en las que he tenído el privilegio de participar y que, al final, deja a su paso un denso poso de experiencias -afortunadamente gratificantes en su mayoría-.
Debido a la patente degradación de la cosa política, una mayoría de españoles percibe actualmente como un lastre todo aquello que huele a eso y consecuentemente no se siente atraído por participar en una acción (como pueden ser las votaciones) que más bien se observa desde un plano alejado y no como un concepto intrínseco e innato del juego democrático por el cual pelearon demasiados durante una dictadura no tan lejana. Baste decir que numerosos jóvenes, por ejemplo, no tienen conciencia de lo que ha costado ejercer el voto en todo su contexto ya que han nacido justamente después que otros lograsen que ahora se viva en democracia. Aún así y por unos instantes, me arriesgaré a ser diferente a esta nueva forma de erróneo pseudoprogresismo.

Quizás porque el sábado fue un día especial para mí, y para mucha gente, desperté muy pronto sin una necesidad vital de hacerlo. Pero realmente creo que fue en el momento en que sentí el primer aire frío de la mañana que entraba por el balcón (aún no eran las siete) cuando me espabilé realmente. Hasta entonces había permanecido ausente durante unos minutos mirando el vapor del café humear en la taza. Sobre la mesa, junto a él, arrancaba el portátil, se desperezaba la pluma y dormían aún un taco de carpetas con tareas pendientes para perfilar antes de marcharme a la sede madrileña de UPyD. En un papel se mezclaban algunas notas y muchos garabatos como si fuese una ensalada de colores con aromas de Afganistán, tonalidades africanas, sabores cartageneros y un largo etcétera que incluye la otoñal textura de mi querido Madrid, ese día… absoluto protagonista.
Mucho rato después, en la calle, mientras caminaba hacia la sede, pensaba en los sentimientos que me acompañaban ante el día que comenzaba y, francamente, me sentía orgulloso de colaborar y ser testigo de algo que, en su justa medida, era histórico.
Algunos queridos mayores de mi barrio -a los que recuerdo con cariño- decían que el aire de la sierra de Madrid era sanísimo por las mañanas. Ese aire es el mismo que el sábado acompañó mis sentidos, ese que entraba en corriente por La Moncloa y atravesaba Princesa en su camino hacia la Plaza de España. Solo lo sentí unos momentos, refrescante, pero aquella no era mi dirección.

Argüelles… San Bernardo… Bilbao… Alonso Martínez… y mis pensamientos. En el Metro los últimos resistentes de un viernes por la noche y los madrugadores obligados se mezclaban entre caras de cansancio y silencio. Cada uno se disfrazaba de sopor y permanecía imbuido en sus pensamientos. Cada cual, seguramente, convencido que su mundo era el más importante.
Colón… Serrano… Velázquez… Goya y mis pasos. Preferí caminar un rato en previsión de pasar muchas horas sentado y enfilé Montesa casi desde sus números más bajos. Apenas había tráfico. Los conserjes guapeaban sus portales, la policía nuestro tardío sueño y los barrenderos la ciudad. Cada cual a lo suyo y cada uno pensando que su problema o su mundo eran los más importantes.
Y entre todo, yo pensando en que para poder ayudarnos los ciudadanos de la calle debemos estar en las instituciones y servirnos de ellas de una forma correcta, como un instrumento vertebrador, y para ello… ¡hay que votar!. Porque eso también es política, y al fin todos pensábamos en un fondo similar.

Faltaban veinte minutos para las diez, apenas veinte minutos para la vorágine. La nueva sede estaba impregnada de una ilusionante intensidad que se contagiaba, tanta como personas que se desplazaban al ritmo de unos pasos rápidos y sonoros sobre el suelo de madera. Los saludos de batalladores compañeros se cruzaban con cierto aire de despiste entre los voluntarios que íbamos llegando. El hall, lleno de personas, recordaba a la sala de espera de una consulta médica en hora punta, y en los despachos exteriores, cubiertos de una agradable luz blanquecina y natural, ultimábamos instrucciones antes de abrir el proceso. Tan solo quedaban entre nuestros dedos los últimos saludos y también los últimos cigarrillos (en la calle).
Entretanto, arriba, los primeros votantes aparecían en escena dispuestos a esperar unos minutos hasta las diez. En el ambiente, en todos nosotros, permanecía la sensación de ser testigos de algo realmente histórico, y eso se notaba (a golpe de cafés) en los pasillos, en las salas, en el ir y venir por las escaleras, donde la gente se cruzaba entre sonrisas mientras cada uno ocupaba su lugar. Así comenzaba aquel día tan largo...
(Continuará…)

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