lunes, 25 de enero de 2010

EL VALOR DE LA VIDA

DE JAMES DEAN A LOS MERCENARIOS
Por: Jorge Bermejo

¿Nunca has soñado con hacer una locura?, quizás arrancar el motor de un coche y huir a toda velocidad, a la máxima que se pueda, por una carretera hasta perderse en la lejanía. Quizás llegues a un destino y te pongas a salvo, o es posible que un vehículo inesperado se cruce en tu camino y todo se acabe, se disipe como el humo, como la bruma de una mañana para olvidar. Entonces… hasta ahí habrás llegado. Puede ser una carretera o un bosque, o una aldea., o una tierra desértica. Puede ser un coche… o un disparo o la propia desesperación.

No hace tanto que vi al Viajero. Estuvimos sentados en una cafetería del centro de Madrid, divagando de recuerdos entre vino e infusiones. Nunca deja de sorprenderme, ha superado con creces la edad en la que determinadas personas establecen la norma “James Dean: Vive mucho y rápido, muere joven.

-¿En que andas últimamente?-

-En nada y en todo. ¡Ya sabes!, cerrando flecos para jubilarme-

Así comenzó una conversación entre dos amigos. Como siempre y poco a poco todo acabó derivando. De un asunto pasábamos a otro sin lograr acertar cual de ellos era el más interesante. Yo no dejaba de observar que, como si de una Garganta Profunda de la vida se tratase, entraba por un lado y salía por otro manejando perfectamente los tempos de la conversación. Recuerdo el momento con agrado. A veces me recordaba a otro buen amigo del que ya he heblado en algún momento (ya desaparecido). Permanecí todo el tiempo con los ojos como platos, atento a cada historia que narraba y lo mismo me explicaba una nueva receta de cocina aprendida en algún extraño viaje (mientras me transmitía con sus manos, dando forma al plato o la receta, toda la ilusión que ponía en ello yo percibía más bien que aquello era un claro síntoma de prejubilación, ahora le llenaban cosas que antes no) como hablábamos de mercenarios o lugares… ¡así es la vida de extraña!.

Ahora que ya no estoy con el Viajero, sentado aquí, mirando por el cristal de la balconada, recuerdo la historia de aquellos jóvenes que, sin pasar de la treintena casi todos, eran ya unos muertos en vida, mercenarios procedentes de diferentes cuerpos militares de especial relevancia (Legión extranjera, Spetsnaz, SEALs, etc…) que a su edad habían pasado por guerras y penurias. Cuando era época de descanso se convertían en buceadores especiales para compañías comerciales energéticas. Así se les podía ver soldando en plataformas petrolíferas o en centrales nucleares. Personas que eran capaces de arriesgar sus vidas, incluso con contaminación nuclear, por una cantidad de dinero que les hiciera llevar una buena vida mientras les durase. En los meses de asueto, aquellos en que ni soldaban ni disparaban, y con cientos de miles de euros frescos en el bolsillo vivían con treinta años como nuevos millonarios en Marbella o en cualquier otra ciudad europea de postín. Gastaban el dinero en coches de super-lujo, fiestas privadas espectaculares, mujeres tremendamente hermosas… de quirófano o no, alcohol hasta caer desmayado y mil variedades de drogas que corrían a raudales. Propinas exorbitantes y suntuosas casas de lujo pagadas en efectivo, donde un mes de alquiler supondría el sueldo de muchos de nosotros, ciudadanos de calle, durante más de un año.

Hablando con ellos, viejos prematuros víctimas de radiaciones desmedidas, de atrocidades bélicas y de corta vida descontrolada, se atisbaba en su mirada y en sus palabras que todo estaba perdido, que la media de vida de ellos superaba excepcionalmente los treinta y cinco o cuarenta años siendo generosos. Ellos lo sabían, alguno era muy consciente de los cinco años que le podían quedar. Lo decían fríamente, mirándote a la cara y apretando los labios para concluir… “cada uno vive como más le gusta”.

Mientras te lo cuentan conducen su potente todo-terreno a una velocidad excesiva y de forma alocada, con música heavy a todo volumen. A veces gritan y aúllan animándose entre ellos y agitan los brazos por fuera de las ventanillas ahuyentando la presencia cercana de otros vehículos.

-Tengo un hijo en Oriente Medio...- comenta aquel chaval, mi interlocutor, regresando al mundo real –Solo me cuesta trescientos dólares al mes que vivan bien él y su madre- después me mira con el ceño fruncido y sentencia… -un desliz- y se ríe.

Regreso al día y a la conversación con el Viajero, que me interrumpe un instante mientras hablamos, para explicarme mil historias de mercenarios condensadas en apenas quince minutos y logran dejarme en silencio, pensativo ante una copa de Somontano con la que ando jugueteando hace rato entretanto prosigue, y a la que no he perdido de vista. Observo su rojo tan intenso como la sangre que puedan haber visto nuestros protagonistas.

El Viajero me recuerda conversaciones que tuve con personas de desconocida procedencia, me recuerda el óptimo negocio que significan estos ejecutivos con dedo en el gatillo y, por último me refresca el lema de Air América, la línea secreta de la CIA: Donde sea, cuando sea, como sea. Sencillamente paga y ya tendrás noticias…

Entonces me queda pensar… ¿Cuál es el valor del dinero en proporción al de la vida?. Todo depende, quizás tanto como cambian las formas. Es posible que ahora, con las transformaciones estratégicas (y la imagen de “Guerras Limpias” que se quiere aplicar, como si alguna de ellas fuese buena) ya no se les denomine mercenarios, quedaría fatal. Son expertos privados en seguridad que trabajan para compañías del sector, lavando su imagen de cara a la galería (por cierto que no debemos mirar muy lejos). Efectivamente cambian las estructuras y se pretende involucrar lo menos posible a los Estados. Aplican estilos de trabajo que un gobierno no puede permitirse, además es preferible no traer a casa ataúdes de propios por el hondo calado que puede suponer en la ciudadanía. Por lo tanto seguirán en la brecha mientras existan gobiernos que soliciten sus servicios, y efectivamente no hay que buscarlos muy lejos ni muy profundamente. Manejan dinero, tecnología y medios para uso bélico con algo más de treinta años, son admirados por muchos y no están mal vistos o son ignorados por la sociedad. El agua negra de los turbios asuntos internacionales se expande y rebosa por tantos bordes y agujeros que nos sorprenderíamos de la frecuencia de uso. Viéndolos en diferentes magnitudes (y latitudes) los encontramos desde el cono sur americano a la vieja Guinea o el lejano Irak. Desde Sudáfrica hasta el este de Europa. O desde tiempos que ya son historia antigua hasta momentos tan actuales que aún a diario figuran en los informativos. Sus noticias son espectáculo desde Somalia a Congo y al fin los encontraremos en todas partes, tan solo varía la manera de actuar, pero lo que sí es cierto es que no resultan ser los tipos agradables del Equipo A que nos vendieron cuando éramos niños.

Sencillamente, reflexionando, llegue a descubrir que ya no se sabe si has estado aquí o allí por el color moreno de la piel, por el sol que has recibido, eso ya no marca diferencias. Entonces, cuando pregunto al Viajero, sumido en sus silencios, observo que sabe más de lo que cuenta, calla o evade con argucias aquellos temas de los que prefiere no hablar, quizás por eso ha llegado a pasar la edad de Dean o de los mercenarios de esta narración, quizás por eso su mente ya está más cercana del disfrute de la jubilación que de viajes extraños y vivencias para atesorar. Y creo que ese será el descanso del guerrero hasta el fin de los tiempos…

Como me dijo el Viajero con otras palabras, con voz pausada y grave, mirándome directamente a los ojos… Y tú dime o calla, ¿te has estremecido ante la mirada del sufrimiento?. Si no te ocurrió es que no eres humano y no mereces ni un minuto ni estar junto a nadie. Son palabras que penetran hasta el tuétano, que quedan grabadas o permanecen eternamente en el subconsciente, latentes pero refugiadas de un mundo cada vez más globalizado pero menos comunitario, con mayores comodidades pero menos compasión. Esto, viniendo de alguien como el Viajero cobra un tremendo sentido a la vez que muestra ciertamente que (aunque a veces el género humano no lo demuestre) todos somos sensibles y podemos transformarnos.

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