domingo, 27 de diciembre de 2009
HISTORIA: DE MAQUIS Y "LOS DEL LLANO"...
NOTICIAS CURIOSAS: "ARQUEOLOGÍA" ANTÁRTICA
16-12-09 EFE. Sídney (Australia)
Arqueólogos de Nueva Zelanda hallaron en la Antártida dos bloques de mantequilla intactos de casi un siglo de antigüedad abandonados en el continente helado por la expedición fallida para llegar al Polo Sur del explorador británico Sir Robert Falcon Scott.
La mantequilla fue encontrada en unas bolsas esparcidas por el suelo de una tienda de campaña que utilizaron los hombres de Scott en la base de Cape Evans, informó hoy la televisión neozelandesa.
El extremo frío polar preservó el alimento, aunque la conservacionista Lizzie Meek aseguró que "el olor era tan fuerte que no estoy segura de si querría comérmela".
Scott lanzó desde Cape Evans su famosa expedición para ser el primer hombre en alcanzar el Polo Sur, al que tardó casi dos años en llegar.
Junto a cuatro de sus hombres, el explorador británico arribó finalmente al punto más meridional del planeta el 17 de enero de 1912, pero ya se le había adelantado por cinco semanas el noruego Roald Amundsen.
Después del fracaso, Scott y sus compañeros fallecieron durante el viaje de regreso.
Hace un mes, otro equipo neozelandés halló en la Antártida dos cajas de whisky escocés pertenecientes a una anterior expedición al continente helado liderada por el irlandés Ernest Shackleton.
miércoles, 16 de diciembre de 2009
REFLEXIONES: ¿DONDE ESTABAS TÚ?
Resulta que en los lugares más insospechados surgen las curiosidades más extrañas. Mientras pienso en esto recuerdo una canción de Enrique Urquijo (Los Secretos/Los Problemas) que decía algo así como: “puede ser que nieve este verano y que por las noches salga el sol”… y, extrapolándolo de las circunstancias para las que se hizo la canción, estoy convencido que puede llegar a ser así, por ejemplo, ¿alguien imagina a un inglés, enrojecido por el sol, sobre el capó de un todo-terreno tocando una flauta en el desierto?.
La televisión ha logrado traer lo bueno y lo malo del mundo al salón de nuestras casas como si de un self-service se tratase. Comúnmente nos impactan una multitud de penosas imágenes que afortunadamente han servido para remover las conciencias sobre lo que sucede fuera de nuestro mundo particular. Quizás, a pesar de la dureza, sea necesaria su existencia para sensibilizarnos y observar que, a pesar de la distancia, todo nos afecta en este mundo tendente a la globalización.
Mientras las sociedades crecen y se transforman bajo el prisma de la productividad y la competitividad desmedida, nosotros permitimos por omisión y complicidad que se pierda el equilibrio y con él los aspectos humanos que deben primar en toda evolución. Valga como ejemplo la metamorfosis que sufre el dolor en cualquiera de sus formas -y no solamente la física- como método para estimular los sentidos. ¿Será verdad que caminamos como cuerpos sumidos en un permanente invierno?, o que confiamos en un sol de hielos que solo aparece una vez cada demasiado tiempo y cuando lo hace, nosotros (que hemos permanecido agazapados en nuestro mundo) saltamos para recibir cuantos más rayos de calor y luz mejor.
Yo ansío un poco de sol tanto como deseo las palabras. Husmeo tras ellas rebuscando las que considero más hermosas en el mundo y me las apropio cobijándolas en el corazón de mis sentimientos para malearlas delicadamente. Entonces, cuando encuentro definiciones para esas palabras y ordeno las frases miro en el alma ajena todo aquello que debe conocerse o complementarse para dar sentido a lo que muchas veces sería imposible encontrárselo. En ocasiones todo es diferente. Es cuestión de pensar en ti, de imaginarte como un espejismo y verte fugaz pasar envuelta en los aromas que aspiro, sabores que extraño y deseos que guardo. Entonces la sencillez del momento se resume en sentir que desaparaces y mirar al suelo, buscar tu huella sobre la losa fría, ver la silueta de tu pie dibujada con humedad… todo para saber que has estado. Y yo estoy tan lejos hoy…
Aquí, entre tantas lejanías, entre todas esas palabras que no puedo concatenar, tu huella es la carta de amor más hermosa, el único vínculo con la sensibilidad, el sentimiento sin la palabra que corta el aliento. Y yo, que he venido hasta aquí para no buscar nada, descubro sosegado que llega a ser el regreso al recuerdo primitivo o a la base de todo.
Es temporada de recogida, época de buscar alimento. Por aquí siempre ha de serlo en la obligación de comer cada día, pero… ¿dónde buscar cuando apenas nada hay en ningún lugar?, solo matas de hierba reseca, tierra que quema, sol que castiga y apenas algunos edificios derruidos, tan en ruina como el espíritu de la mayoría de los que llegan hasta aquí. Entre esos muros que antaño debieron tener magnificencia hoy se refugian demasiados ojos cansados, hambrientos, tristes y temerosos. De esta manera, basta con sentarse unos minutos en este mundo de caos para observar a hombres y mujeres iguales que yo pero diferentes a mí, que van y vienen con la mirada perdida sin saber bien que hacer con sus horas mientras los occidentales, algunos de los cuales hablan en francés y otros en inglés, parecen haberse construido una coraza que les permite mantenerse al margen de lo que sucede alrededor. Y yo, que estoy percibiendo a través de los ojos del alma, sigo aquí, solo, en silencio, dentro de un coche desvencijado y polvoriento, hundido en mi asiento, sufriendo el calor de la mañana y procurando que el día no marque mi piel. Anoto frases que resultan ser simples pero profundas apreciaciones del entorno y observo en silencio como cada uno de nosotros somos actores de una misma obra si bien cada cual logra adoptar diferentes protagonismos exactamente igual que se inmiscuye en la obra de una forma más o menos profunda. En estas circunstancias algunos pecamos de sentarnos a esperar.
El viajero se mueve en la lejanía, va y viene pero siempre está en la escena como si fuese un actor principal, alguien que, con el paso de los años, ha logrado conocer bien su papel. En mi desconcierto lo observo con tiempo y confirmo que se mueve por cada lugar con perfecta maestría. Creo que basa su vida en objetivos muy distantes de aquellos que se marcan en mi “aldea”. Quizás sencillamente, sumido en mi ignorancia, yo no los llegue a comprender o sean diferentes… si es que los hay hoy y aquí. Y en estas yo me pregunto ¿cuánto vale una conciencia justa?.
Él parece estar por encima del bien y del mal. Supongo que la vida (determinadas vidas) endurece la piel y el corazón como lo hace el viento, el sol, el agua o la tierra, por eso, entre supervivencias y costumbres, sospecho, pensando por él, que esto debe ser así y quizás debido a ello prefiero permanecer al cobijo de las sombras. Supongo que lo suyo es el precio a pagar por considerar el mundo como tu casa, la marca indeleble por criarse allá donde el color de la piel marcaba tu destino (afortunadamente ya no), saltar para descubrir que el faro de libertades y sueños posibles no es más que una pirámide en el desierto de los intereses, recorrer ciudades que se dividen en líneas verdes de seguridad, entre suciedad y escombro, o franjas y territorios asfixiados por la incomprensión, descubrir que la inocencia camina por las calles con un AK antes que con un juguete, encontrar el corazón de un paraíso verde que se muere silenciado por los fusiles… y al final creo que son tantos los sitios que ha recorrido trayendo sus nombres hasta mis líneas para que no se olviden que descubro finalmente en mi papel de la obra el tirón de transmisor que me sitúa en lo que ignoraba, justo aquí, en este punto.
En el teatro de la vida cada cual debe buscar su papel, (unos actúan y otros remueven conciencias) entretanto deseo que jamás el mío se parezca al suyo… inchallah.
lunes, 7 de diciembre de 2009
HISTORIA: EL "BARÓN ROJO"
El acta de defunción del as de la aviación alemana de la Primera Guerra Mundial Manfred von Richthofen, el legendario "Barón Rojo", fue descubierta en la ciudad polaca de Ostrow Wielkopolski (oeste), anunció el sábado el diario polaco Gazeta Wyborcza. El documento fue hallado "por azar" en los archivos del registro civil de la ciudad por el genealogista polaco Maciej Kowalski, precisó el periódico.
Nacido en Breslau (hoy Wroclaw, en Polonia) en una familia aristocrática prusiana, el Barón von Richthofen (1892-1918) se hizo célebre por su pericia y sus victorias como piloto de caza, con un récord de 80 aviones derribados. Murió combatiendo al mando de su triplano Fokker pintado totalmente de rojo, de ahí el sobrenombre de "Barón Rojo", al ser alcanzado por las balas cuando era perseguido por un piloto canadiense, Roy Brown, el 21 de abril de 1918, cerca de la localidad de Vaux-sur-Somme.
Su acta de defunción fue establecida en Ostrow Wielkopolski porque ese fue su último domicilio oficial y el de estacionamiento de su regimiento Alejandro III, explicó Kowalski, citado por Gazeta Wyborcza. La historia del 'Barón Rojo' fue motivo de inspiración de numerosos libros, películas y hasta videojuegos. Manfred von Richthofen está sepultado en Wiesbaden (Alemania), en el panteón familiar.
martes, 1 de diciembre de 2009
REFLEXIONES. EL COLOR DE LA VIDA
En cualquier lugar hacia el que dirijo la mirada está el día enganchado en las aristas de la certeza, descubriendo lo que unos ojos no quieren ver y aquello que la conciencia, barrida por cortinas de tormenta y viento, intenta despertar en mi: Realidades. En estas, la luz no se dirime como excusa cuando el momento oportuno se enseñorea con razones, más bien crepita el corazón -como si ardiese en él una hoguera- cuando descubre esas certezas y atiende a las realidades. Crepita porque las cuadernas de la vida arden vivas dentro de un cuerpo anquilosado que se estremece sin apagar su fuego.
Hoy es día de silencio en la montaña, de barro en las botas, de silencio en el valle, de silencios en los pueblos. De lluvia fina o humedad gruesa, aquella que los queridos asturianos llamarían orbayu. Ante el corazón ocre, silencioso y arrugado de un cuerpo inflamado por dentro se abre el valle escalonado desde el cielo, fresco tanto como brillante de agua en su esplendor, bañado en vino… mezclando tonos blanquecinos –sucios-, amarillentos y pálidos… como el vino blanco, o rojizos tiznados más claros o más oscuros… como el vino tinto. Desde aquí, desciende crecido el –todavía- arroyo entre retamas y matorral, cruzando un llano sobre la colina que barre el viento como lo hace con mi memoria, que es terca con concluir siempre en los mismos lugares del bosque de mi mente. A menudo se vuelve también tercamente ilusionante con imágenes de espuma marina que se disuelve entre burbujeos sobre la superficie fría del agua. Su sonido relajante no cesa, me engaña y acaba por imbuirme –por sugestión- mientras la observo correr cristalina, cuando no brillante, sin saber si son mis ojos los que están así o es la pureza de un cielo sin nubes y un mar sin olas lo que se abre ante mí.
He volado de la montaña al mar por unos instantes pero de nuevo estoy aquí, en el corazón que arde, en el valle brillante, en ese llano sobre la colina desde el que sigo al –allí- gran río con la mirada y observo cómo pasa el agua sin cesar. El cauce y su entorno resultan ser preciosas composiciones de lugar construidas a base de trazos de color aunque yo lo vea todo en blanco y negro. Lo sé a ciencia cierta porque a veces los he disfrutado en todo su esplendor, pero no hoy. Con el crepúsculo lejano acompañando mis pasos, camino por un páramo, por una senda angosta que lo atraviesa como una herida abierta en la piel de la vida. Una incisión que necesita suturar pero la mano que cose no encuentra el sitio para hundir la aguja y cerrar la herida.
Durante la noche, en la oscuridad que aquí sí importa, tomé la alocada decisión de cruzar el río descalzo y por su anchura más sinuosa sino desconocida. No estaba solo en la fotografía ni tampoco quise que nadie me acompañase y me despedí dejándolos al otro lado. Camine dentro del agua helada, sobre peligrosos guijarros, con las manos ocupadas durante el tiempo que el ánimo me empujó. Pero quizás fue justo a la mitad, sobre esas piedras alisadas por la paciencia, donde mi equilibrio falló y resbalé. Una y otra vez he estado cayendo sobre el resbaladizo fondo y, ahora que ya no se me ve desde las orillas, lloro el continuo y punzante dolor que me produce el frío intenso del agua del deshielo. Entre la sombras, resistiendo el frío, hay unos ojos que me observan, que nunca dejaron de hacerlo ni tan siquiera cuando me quede ciego o cuando recupere la vista solo en blanco y negro. Hermosos ojos cercanos que no miran buscando mi caída sino pendientes de tender una mano a la que asirme. Después no tengo memoria… la imagen se difumina y todo se vuelve blanco.
En la continua búsqueda de cada meta vital todo es así, somos parte de la esencia de lo que nos persigue silencioso en la estela de nuestros días. Se parapeta entre los recónditos huecos de nuestra mente hasta que un día rezuma y sin darnos cuenta nos empapa, nos cubre y si no nos damos cuenta acaba por fagocitarnos sin remisión. La propia vida resulta ser una amalgama de reflexiones, unas más profundas que otras, a las cuales y para distinguirlas, titulamos de maneras rebuscadas o sencillas dependiendo del momento y el contenido pero todas tienen su importancia desde el momento en que se integran en el collage de la parte del alma que resulta visible. La capacidad de expresión marca el resultado, que no ecuación, o la profundidad de la plasmación en líneas de un sentimiento a flor de piel.
La tarde inexorable se colorea de pimentón y mostaza cuando llego al final del camino. Desde el borde del pétreo corte diviso un valle alfombrado de verde intenso, moteado de grises y nublados en su vertiente más oscura, donde las sombras de la noche ya han cuajado adheridas a cada centímetro, donde los vaqueros ya descienden por la vereda cargados de aperos y vigilantes de su ganado. Más acá aún se ve a algunos de ellos trabajar al ritmo que marcan los últimos rayos de sol. El cañón del valle enseñorea su belleza a caballo del esplendor crepuscular y los olores a tierra mojada y montaña, esos que resultan tan intensos, insultantemente penetrante, y fluyen en mi mientras se dibuja el mundo entre luces y sombras perfectamente delimitadas. El cielo azul respira delgadas columnas de humo blanco que ascienden compactas como fantasmales y temblorosas figuras con el empuje de las corrientes hasta disiparse mucho tiempo después. Una racha solitaria y fresca, quizás perdida, me envuelve durante algunos segundos, los mismos en que comienzo mi descenso por la senda más hermosa que jamás mis ojos cansados vieron. Un camino nuevo, oculto entre setos cerrados y árboles frondosos, en cuyas orillas la espesura me impide penetrar como a veces sucede con mis pensamientos, me acompaña y entre cada resquicio de su cerrada oscuridad, en el reino de las alimañas, en el laberinto de gruesos y bien anclados troncos, surge aquí y allí una imagen imperfecta pero perfectamente adivinable que se evapora en el instante en que centro mi mirada en ella. Se lo que veo porque no es real, tan solo es la parte más importante que ocupa mi cabeza, que ronda transfigurada junto a mí.
miércoles, 28 de octubre de 2009
REFLEXIONES: OTOÑO (I)
(1ª PARTE).- Un día cercano al de hoy (hace tan poco que lo recuerdo vivamente todavía), el otoño llegó hasta aquí inexorable y se hizo adulto sin percatarme de ello, y yo, que aún no soy padre, supuse que la sensación tenía que ver con los sentimientos de aquel que sí tiene esa condición y una mañana descubre, de repente, que un hijo ha dejado de ser el niño que sus retinas retenían como una fotografía para evolucionar a otro estado de la vida. Cuando aún no habían pasado de largo (aunque en mí nunca lo hacen) los sonidos del mar o el bosque, o los que nos invaden en el vasto territorio de la luna anaranjada y creciente, me encontré con que la siguiente estación había crecido a golpe de días luminosos, de envolventes tardes que regalaban optimismo para regocijo de un alma a media luz, de mañanas que no dejaban de ser refrescantes y viento invitándome a observarlo tras el ventanal. Quizás al principio, añorando extender el asueto, tuviera derecho al pataleo pero finalmente, ante un cambio tan inexorable como la propia existencia, tan solo me quedó mirarlo de frente y ver que el otoño también dibuja en mí sonrisas guardadas desde hacía demasiado. Es el gesto del tiempo, de mi tiempo, que llega tanto como la sonrisa de esos padres que descubren al fin los cambios en su hijo, igual que un instante largo y larvado o los momentos para otras notas musicales portadoras de sentidos renovados… quizás como hace la naturaleza con sus frutos y sus colores. Es tiempo de manzanas, de castañas y avellanas, de batata sobre el hierro ardiente de las viejas cocinas de carbón y leña. Es tiempo de otros olores que penetran para rescatar la parte dormida del añorado recogimiento. Ahora, que veo amanecer, y antes, que he velado dolorido a la noche en sus últimos instantes, (aquellos previos que extienden las sombras hasta disiparse), he celebrado la luz con alborozo, estando a su lado hasta ser adulta en mi regazo, viéndola crecer para no volver a sorprenderme. Después, mientras abre la mañana balanceándose sobre los delicados acordes de Lascia ch'io pianga (de la ópera "Rinaldo" de G. F. Haendel) que llegan lejanos sigo descifrando los enigmas de tu dolor, regocijándome en tu cercanía, en el terco deseo de verte feliz, en la maldita codicia de tu sonrisa, y cuando te difuminas cruje bajo mis pies, a cada paso, la madera seca de mi corazón que se refugia aquí… o en ti, en tus ojos de noche. En la incertidumbre que mi alma exhala, camino entre las sombras de tus instantes con la inseguridad del que desconoce si es lágrima de sal, diamante de miel o perla de aceite lo que resbala por tus mejillas para morir en las comisuras de aquellos labios que ansío besar. Es entonces cuando te miro inquieto, cuando dudo si la noche ya no es noche o el día rompió de nuevo. A veces ha ocurrido que regresabas lentamente, con esas primeras luces, y llegabas hasta aquí, a la fuente de los recuerdos y junto a mí, para bañarnos en las lágrimas que lograron desprenderse de tus mejillas y mis dedos o mis labios no lograron retener, para sumergirnos en la espuma de las emociones, las tuyas... o las mías. Después, mientras secaba mi piel llagada de errores la miraba sufriendo la expiación. Sentía sin depravación que me quemaba para no olvidarlo ni olvidarte y saber que ardo por ti.
Entretanto me veía envejecer frente al espejo de la vida o estimulaba mi corazón anquilosado, he recordado una poesía de Alfonsina Storni… “me ha contado el espejo que nieva en mis cabellos mientras caen las hojas”...
Recuerdo una fotografía (no retuve el lugar donde la vi) en la que aparece un monumento alegórico dedicado a ella y, aunque revitalice su memoria, es piedra tan solo… y yo pensé que no quería ser piedra. Ella en realidad es poesía… y yo tristeza de no ser hoy un verso suyo.
Me empobrecí porque entender abruma, Me empobrecí porque entender sofoca, ¡Bendecida la fuerza de la roca! Yo tengo el corazón como la espuma.