VIVIR Y MORIR EN ORIENTE MEDIO
Por: Jorge Bermejo
Esto es el Oriente Medio y ahora llueve fino sobre el Líbano. Llevo una vida aquí, a veces tan solo lo tengo en mi cabeza y por eso he vuelto una y otra vez. Desde la ventana de mi habitación, alquilada por la empresa que paga mis gastos, observo cómo pasa la vida antes de marcharme para siempre.
Comúnmente escribo de manera libre y malvivo desordenadamente vendiendo mis crónicas al mejor postor, soy lo que llaman un "mercenario de la vida" aunque no siempre ha sido así, también he conocido la buena vida y el reconocimiento. Pero ahora no es tiempo de ello y las cosas no han ido bien últimamente por aquí, la guerra ya no es lo que era y su dureza ante las cámaras ha quedado resumida a una escena preparada y un aviso a través de tus contactos de lo que ocurrirá. Por aquí, de un tiempo a hoy, el único que pelea en su guerra soy yo, peleo contra mí, contra el mundo, contra mi otro yo que es el enemigo, y cuando no puedo más... salgo a pasear, no es difícil encontrar hashish por estas tierras.
La vida aquí ha ido de mal en peor y las crónicas se acumulan sin respuesta sobre mi escritorio, esperando que alguien se interese por ellas... ¡tiempo atrás no se mezclaban más de dos!. Todo se ha transformado y, hasta los milicianos que antes se paraban frente a mi puerta hoy pasan de largo sin mirar siquiera en esta dirección. Aunque rotan tan rápido que ya apenas los conozco, aún recuerdo a esos milicianos de hace veinte años, sencillamente eran diferentes a estos... en mentalidad y en presencia.
Yo ahora tan solo espero, miro el ventilador moverse sobre la mesa. Espero a salir de aquí, miro las paredes de la habitación y ya no me siento bien, me absorbe esta vida como me devoran las cuatro paredes y la penumbra que busco, veo girar el ventilador pero no siento nada, tan solo he espabilado al sentir el sudor cruzar por surcos mi piel. Es martes, pero es igual que cualquier otro día, el teléfono no suena y siento alivio al pensar que mis billetes de regreso están cerrados para este fin de semana. Tan solo queda cubrir una crónica sin importancia, una que acabo de cerrar para despedirme de la profesión y regresaré con tiempo para llorar en soledad, respirar muy profundo y preparar las maletas. Aquí dejaré buena parte de mi vida, la misma que he amado y ahora me consume, aquí se quedará con todo y yo me iré sin nada, regresaré a casa o a cualquier sitio sin nada en los bolsillos aunque lo cierto es que Oriente Medio es muy grande para encontrarse con el pasado el día menos pensado.
Lejos, hacia la línea, se escuchan explosiones pero ya no me estremezco como antes. Parece que una vez más la tregua se ha roto y yo me he acostumbrado a ello, no he mostrado apenas sorpresa y pienso en que las bombas pueden llegar a hacerse familiares. Demasiado tiempo entre aventuras hace que uno pierda la percepción de determinados peligros, quizás por eso me mudé a esta casa, justo en zona de guerra.
Los malditos proyectiles se acercan cada vez más, estallan alrededor y eso provoca que por fin me acerque a la ventana, que atisbe lo que parecen explosiones de fósforo, luces blancas y destellos sobre una tierra ferozmente castigada. Más acá los vecinos comienzan a huir y el viento me trae lejano el tableteo de las AK,s justo tras ellos. Comienzo a experimentar como la adrenalina burbujea dentro de mí cuando siento impactar las balas en la fachada de la casa, los chasquidos quedan grabados en mi memoria pero valen de poco cuando no veo las balas. El pequeño cristal que cubre un tragaluz en la parte alta de la pared ha saltado por los aires hecho añicos, seguramente todo esto asustaría profundamente a la gente en cualquier otra región del mundo pero aquí... a pocos "klicks", como llaman los soldados norteamericanos a los kilómetros, de una de las fronteras más peligrosas y activas del mundo se pierden percepciones que serían impensables de olvidar en cualquier ciudad de mi país.
Mientras escribo no me inquieta que pueda tratarse de un avance, a la puerta de mi casa la vida continua y solo la rompen los pastores y los que huyen. El sonido de las bombas es realmente intenso, a veces la casa vibra y puedo escuchar las ráfagas de las armas muy cerca, quizás ya me preocupe que comiencen a llegar entremezcladas con los gritos de la gente.
Una potente bomba ha caído frente a la fachada de mi casa, en el terreno baldío y con ruinas, que hay justo enfrente y todo a vibrado como si hubiese explotado mas bien encima, la taza de café se ha roto contra el suelo manchando algunos libros y otros papeles, una pila con mas libros se ha desmoronado también. Estoy desorientado, he sentido que todo se venía encima y ahora me veo en el suelo, pero en cuanto he recuperado la conciencia me he asomado a la ventana para escuchar las cadenas de los vehículos acorazados que rujen tras los huertos. Es mi última crónica y presiento que no será de continuidad...
Desde la ventana veo todo con más claridad, podría subir a la azotea pero seguramente algún tirador me volaría la cabeza en menos de cinco minutos. Pegado a la pared atisbo apostados junto a los muros de mi casa a algunos milicianos imberbes que esperan inquietos a los carros y la infantería. Les veo sudorosos e inquietos, distingo como uno no logra asir cómodamente la empuñadura de su arma y siento miedo. Disparan en mi calle, el tiroteo ya está aquí y si permanezco metido unos minutos más quedaré definitivamente encerrado y en tierra de nadie.
Aún así busco por la mesa alguna de mis cámaras, sé que están entre la maraña de papeles y trastos que permanecen esparcidos, tras la explosión, por toda la mesa y el suelo. Al fin encuentro una de ellas destrozada y con un agujero que bien pinta metralla casual. La otra está bien y la puedo recuperar. Al levantar la vista me he quedado paralizado mirando mi peto de periodista también descuartizado y un agujero en la pared a la altura de mi cabeza, debe tener cuatro centímetros de diámetro y dentro parece haber algo incrustado. Llevo al menos un minuto mirándolo fijo y viendo mi cabeza con semejante agujero...
Cuando me he asomado todo había terminado... ¡he llegado tarde!, pero he vuelto a vivir y tendré otra oportunidad de llegar a tiempo... de aquí al sábado, ¡o no!.
La ofensiva parece ralentizars a las puertas de la aldea y debo aprovechar para marcharme a mi cita, a mi última crónica. Al bajar me despido de Yasser, el vecino que siempre me mira sentado sobre una piedra a la puerta de casa, a veces pienso que ya estaba allí antes que la propia aldea.
Sobre lo que era el bordillo de la acera me espera Fathi, el conductor, con el motor de su cuatro por cuatro en marcha y la puerta abierta... -¡rápido, rápido!- me grita desde dentro mientras empuja hacia afuera la puerta. Entro a saltos sin decir una palabra, sencillamente le miro sorprendido y sonrió, creo que aún estoy impactado por la imagen de aquel pedazo de metralla, ¡no soportaría vivir herido!.
Fathi conduce con pericia entre escombros y gente, pienso en él y en que es un gran tipo. Tan misterioso como el día en que apareció en mi vida y tanto como el nexo de unión que hasta hoy nos ha acompañado. Juntos nos hemos cuidamos en esta, y de esta, maravillosa y desangrada región donde "nada" es lo común y un buen amigo lo es todo.
El tráfico por los caminos de tierra se hace más insoportable, cada pocos metros debemos sortear controles con guardias muy nerviosos o gente que aparece por cualquier rincón. El vehículo sobrepasó a un crio que lloraba solo al borde de la carretera, miraba el cadáver de un hombre joven tendido sobre su mula, la sangre se ha mezclado y se acumula bajo ellos, de nuevo suenan detonaciones que parecen provenir de obuses autopropulsados. Es extraño, aquí no deberían estar, pero observo pequeñas columnas de humo que surgen hasta el cielo entre los olivos que dejamos a la izquierda, ¡esa debe ser la ubicación de la artillería!.
Ha dejado de llover y el sol pelea por salir encima de nosotros, superpuesto a la desolación. Un grupo de chavales ataviados como guerrilleros nos saludan sobre un montículo con el brazo en alto, gritan una y otra vez "¡Alá akbar, Alá akbar!" (Allah(u) Akbar).
Mirando al horizonte de la carretera, el cronista se quedó dormido mientras Fathi soportaba los trompicones del todoterreno y se aferraba fuerte al volante. A ratos perdía la mirada en la cara de su amigo y le veía dormir tranquilo. Un aroma muy intenso a mar había penetrado tierra adentro y barría los campos grises y los olivos desgarrados, los pilares de casas destruidas o la cara de los que huían, pero Fathi no podía detenerse para contemplarlo hasta llegar a su destino. Apenas una hora después así lo hicieron con el polvo del camino todavía en la boca y el olor a explosivos flotando en el aire.
Aún no se había disipado el polvo alrededor del coche cuando una persona se acercó al vehículo. Aparentaba esperarles aunque no habían anunciado su llegada, enseguida se presentó como asesor privado y añadió que también era un pequeño empresario exportador. Su acento era inconfundiblemente del sur de Estados Unidos, ¡Dios mío!, quizás nos vio cara de tontos... Dijo pertenecer a una empresa europea que preparaba un reportaje sobre la vida de los combatientes... ¡todo inconexo!.
Soy Fathi y soy árabe, jamás había visto a mi amigo como lo encontré aquel día... miraba detenidamente cada fotografía en la lejanía, como si estuviese viendo algo diferente a lo que yo veía, parecía una bolsa de premoniciones a punto de explotar. Ahora sé lo que veía pero entonces no podía ni imaginarlo.
Al atardecer, a la hora de los mosquitos, solo algunas horas después de llegar, salimos acompañando a un pelotón de hombres que aparentaban ser equipos especiales. Les habíamos visto durante la comida, sus ojos estaban grabados en mis retinas, todos uniformados de oscuro y con esa mirada que solo el que lleva tanto combatiendo tiene. Les habíamos visto enfundarse los pasamontañas, quitarse brillos y cualquier insignia que los delatase... y aquello creo que nos abrió los ojos a los dos, pero ya era tarde. Para entonces caímos en la cuenta que habíamos iniciado el viaje sin retorno. Tan solo tardamos unos minutos en sentir que estábamos al otro lado de las líneas. Hacia poniente, en dirección al mar, escuchábamos disparos y mas detonaciones, eran muy continuos, alguien se la jugaba cerca de un pequeño arroyo, entre los árboles que se alineaban en su cauce.
Sin petos de prensa, vestidos de civiles, junto a una unidad militar sin identificar y aturdidos por los disparos apenas recuerdo lo que pasó después, además, las paredes blancas de este hospital me impiden concentrarme. Estoy agarrotado y me duele mucho la cabeza, me siento comprimido por las vendas que recubren mi cuerpo, aunque ya he visto que me falta una pierna la siento palpitar tanto como me duele el pecho al respirar. Me acuerdo vagamente que el combate se extendió prácticamente hasta donde nosotros nos encontrábamos, de repente alguien desde atras comenzó a disparar también y al minuto nos encontramos en medio de una refriega. Sentía como las granadas de un RPG ruso comenzaban a explotar entorno nuestro. Todos los que nos acompañaban se replegaron velozmente, a nosotros nos engancharon por el cuello y nos comenzaron a sacar a rastras de allí.
Parecía el momento más duro del combate pero eso estaba por llegar cuando una granada explotó entre mi amigo y yo... Todo se volvió silencio y pitidos, pero aún así le estuve buscando hasta que entre el humo y el olor a explosión lo pude ver completamente aturdido y con un agujero de cinco centímetros en el pecho, no hablaba, solo jadeaba y expulsaba sangre a borbotones. Tardó pocos segundos, -¡al final, me quedo... por aquí!- dijo entre susurros y murió.
Hoy sé que veía entonces, veía la muerte con los billetes de vuelta a casa en la mano, intuía cosas que solo algunos, los que llevan demasiado en la brecha, pueden distinguir... supo que iba a morir allí, tan solo buscaba el lugar y un cielo tan luminoso como el de Oriente Medio.
Fotos: Wikipedia
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